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lunes, 24 de mayo de 2010

Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo. Por Hans Küng

El teólogo Hans Küng juzga el pontificado de Benedicto XVI como el de las oportunidades perdidas. En el quinto aniversario de su llegada al Vaticano, pide al clero que reaccione ante la crisis de la Iglesia, agudizada por los abusos a menores.

Estimados obispos,

Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.

Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.

Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:

- Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos "anhelaban" la religión de sus conquistadores europeos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.

Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:

- Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.

- Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.
- No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.

- Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.

El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.

Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un "representante de Cristo" absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.

Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas "unidades pastorales" en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.

Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo el secretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.

Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.

1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!

2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.

3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.

4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que "decirle en la cara que actuaba de forma condenable" (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.

5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:

6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.

La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con "valentía" apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva.

Os saluda, en la comunión de la fe cristiana,

Hans Küng.




Fuente: ElPais.com
Autor: Hans Küng (Suiza, 1928-), es un sacerdote católico, teólogo controvertido y prolífico autor. Desde 1995 es Presidente de la Fundación por una Ética Mundial (Stiftung Weltethos). Küng es "un sacerdote católico en activo", pero el Vaticano ha anulado su autoridad para enseñar teología católica. A pesar de ello permanece en la Universidad de Tübingen como profesor de Teología Ecuménica, donde imparte clases como profesor emérito desde 1996. A pesar de no tener permiso para enseñar teología católica, ni su obispo ni la Santa Sede han revocado sus facultades sacerdotales.
Traducción: Jesús Alborés Rey
Fotografía: Mitras. Obispos en una misa celebrada por los prelados fallecidos / Reuters

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miércoles, 14 de abril de 2010

Ratzinger, en la hoguera. Por Juan G. Bedoya

El papa Benedicto XVI cumple cinco años en el cargo acorralado por los escándalos de pederastia y con acusaciones de inmovilismo y retroceso frente al Concilio Vaticano II. Roma ha cancelado el ecumenismo, con ofensas a judíos, musulmanes, protestantes o anglicanosLos cardenales eligieron Papa en 2005 a un intelectual de postín y esperaban que rindiese como un gran ejecutivo. No ha resultado. A punto de cumplirse los cinco años de mandato como sumo pontífice el próximo día 19, Benedicto XVI, de civil Joseph Alois Ratzinger, es un anciano de 83 años atado a su pasado de teólogo e inquisidor de doctrinas. ¿Qué ha hecho en este lustro? ¿Qué se propone? Sus admiradores cuentan que es un gran trabajador y que ahora mismo está empeñado en culminar antes del verano su ingente biografía de Jesús de Nazaret, cuyo primer tomo fue un éxito de ventas hace dos años. Los detractores lo acusan de atacar a las reformas del Concilio Vaticano II y de despreocupación o impotencia ante los problemas que afronta el catolicismo.

Ratzinger "es criticado por no hacer nada... y por hacer demasiado", opina su biógrafo, el periodista católico italiano Vittorio Messori. Como él, la jerarquía de la Iglesia vela armas para enfrentarse al examen del primer lustro de este pontificado. Lo hace a la defensiva. La efemérides no ha podido llegar en peor momento, con una riada de noticias sobre curas -y hasta obispos- pederastas actuando con impunidad durante décadas ante la pasividad o el silencio cómplice del Vaticano.

Benedicto XVI está en medio de ese quemadero. También ha patinado en otros campos de la gestión. Ha provocado agrias polémicas con musulmanes, judíos o anglicanos; escandalizó cuando quiso acabar con el cisma del ultraconservador arzobispo Marcel Lefebvre, y se enfrentó a la comunidad científica condenando en África el uso del preservativo como método de combate del sida. También sigue enfrentado a la ciencia, negando toda la investigación con células madre.

Ratzinger sabía a lo que se enfrentaba cuando se postuló hace cinco años como sucesor del polaco Juan Pablo II, de civil Karol Wojtyla. Su discurso electoral fue clamoroso, aquel 24 de marzo de 2005, con Juan Pablo II ya moribundo, a punto de superar los 27 años en el cargo. Era el Viernes Santo de ese año y Ratzinger sustituía al enfermo pontífice en el tradicional Via Crucis ante el imponente Coliseo romano. No era una casualidad. En cada rezo de las estaciones del fundador cristiano hacia el monte Calvario, el hoy Papa aprovechó para intercalar comentarios de programa de gobierno. Fue en la novena estación -tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz- cuando clamó: "¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados al Redentor! ¡Cuánta soberbia! La traición de los discípulos es el mayor dolor de Jesús. No nos queda más que gritarle: Kyrie, eleison. Señor, sálvanos".

Era un discurso alarmante, elaborado para encoger el corazón de la mayoría de los cardenales, acostumbrados muchos de ellos a una vida regalada en el mejor de los mundos, sobre todo durante sus frecuentes estancias en Roma. Dos semanas más tarde, reunidos en cónclave, los 114 purpurados -con el pomposo título de Príncipes de la Iglesia, aunque cardenal viene de cardo, en italiano bisagra o punto de apoyo- no se demoraron en decidir qué Papa querrían. Era el alemán Ratzinger y se llamaría Benedicto XVI.

La elección causó no poca sorpresa. Hoy se sabe que se inclinaron por Ratzinger por considerarlo el único capaz -por conocimiento y por autoridad- de arreglar los problemas acumulados durante el interminable ocaso del polaco Wojtyla, del que el teólogo alemán había sido sumo ideólogo. La información es poder, y nadie sabía tanto sobre las crisis -y los pecados- del cristianismo romano como el presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio de la Inquisición que Ratzinger había dirigido desde 1981 con mano de hierro. En el momento de su elección tenía 78 años, tres años más de la edad de jubilación de los obispos. Su salud era quebradiza. Hoy, en el balance de gestión, cinco años más tarde, se olvidan esas circunstancias personales.

Ratzinger ha sido siempre un hombre de ideas fijas, pese a su propia opinión. "A mí ya me han diseccionado varias veces: el profesor de la primera etapa y el de la etapa intermedia, el primer cardenal y el de después. Ahora se añade otro segmento más. Como es natural, las circunstancias, las situaciones y las personas influyen, porque asumen distintas responsabilidades. Digamos que mi personalidad y mi visión fundamental han madurado, pero todo lo que es esencial ha permanecido idéntico", dijo de sí mismo en 2006 cuando su biógrafo le hizo notar una supuesta diferencia entre el panzer kardinal (tanque de combate) que dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe y el tímido Benedicto XVI al timón de la nave del apóstol Pedro.

Alguna prensa alemana había recibido la elección de Ratzinger con el título equívoco de panzer kardinal. Era una alusión a su intransigencia por la inmisericorde condena de 130 teólogos y religiosos cuando fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Tampoco olvidaron en Alemania que el nuevo pontífice, además de teólogo y profesor universitario, militó en las Juventudes Hitlerianas y que fue soldado de la Wehrmacht al final de II Guerra Mundial.

Al margen de tan tormentoso -y brillante- pasado, Benedicto XVI no ocultó nunca que le aguardaba una tarea inmensa si quería acabar con la "suciedad" y la "soberbia" que anidaba en su Iglesia cuando se propuso como candidato papal. Lo intuyó a las 18.04 del 19 de abril de 2005, nada más anunciarse su elección, y lo dijo en su primera bendición urbi et orbi ("a la ciudad de Roma y al mundo").

Tampoco pudo ignorar que iba a estar solo en la tarea, salvo que realizase radicales cambios en la Curia (gobierno) del Vaticano. Pero no lo hizo. Es un primer retroceso, principio de todos los demás. En la llamada eufemísticamente Ciudad Santa, el poder sigue en manos de los de siempre, con algunos cambios por razones de edad. Es el caso del astuto cardenal Angelo Sodano, número dos de Juan Pablo II y uno de los protectores del fundador de los Legionarios de Cristo y notorio pederasta, el sacerdote mexicano Marcial Maciel. Ha sido sustituido por otro italiano, Tarcisio Bertone, igual de inmovilista, también amigo de lavar en casa la ropa sucia. Tampoco el cambio en la portavocía eclesiástica -el periodista español Joaquín Navarro Vals, miembro del Opus Dei, antes; el jesuita Federico Lombardi, ahora- ha ganado para el pontífice una solidaridad especial. En el Vaticano siguen mandando los ancianos aupados por Wojtyla, en su mayoría "prelados paternalistas desesperadamente aferrados al sillón y que bloquean desde hace años el funcionamiento de la Santa Sede con mediocres disputas internas y personalismos enredadores". Son palabras del canonista y editorialista-analista del diario italiano La Stampa, Filippo di Giacomo.

¿Por qué, en un cónclave formado -salvo una excepción- por cardenales nombrados por Juan Pablo II, los 114 electores escogieron al único que llevaba aún la púrpura concedida por Pablo VI, un Papa del Concilio Vaticano II? Con Juan Pablo II predominó un "wojtylianismo público", de masas y medios de comunicación. En cambio, Ratzinger está centrado en la palabra desnuda: homilías, ángelus, catequesis, discursos y, hasta ahora, tres encíclicas. Su idea era acostumbrar a los católicos a fijarse en lo esencial, no en la persona del Papa, el eterno papanatismo. ¿Por qué ese cambio? Es un misterio; por decirlo desde el punto de vista de la fe: una decisión del Espíritu Santo.

Suele decirse que las promesas electorales están para incumplirse. Ratzinger no las hizo.

El único documento que puede tenerse como tal es la homilía en la misa para elegir nuevo Papa el día del comienzo del cónclave, donde dibujó un panorama teórico sobre los cristianos veletas -que se han dejado llevar por corrientes ideológicas opuestas: del marxismo al liberalismo hasta el libertinaje, del colectivismo al individualismo, del ateísmo a un vago misticismo-. También fijó allí su idea de que el mundo está dominado por la "dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida sólo al propio yo y a sus deseos". No dijo cómo luchar contra esa tendencia.

Ideas o palabras al margen, el balance es desolador. En cinco años ha provocado varias veces la indignación de los judíos -13 millones-; por ejemplo, cuando readmitió en la "comunión eclesial" a los seguidores del arzobispo Marcel Lefebvre -la llamada Hermandad Sacerdotal de San Pío X-, entre ellos a Richard Williamson, que niega el Holocausto y al Vaticano II.

"Al levantar la excomunión de los integristas, sin exigirles la aceptación del Concilio Vaticano II, no son ellos quienes se incorporan al cristianismo conciliar. Es más bien el Papa quien se convierte al integrismo y lleva a la Iglesia en esa dirección", sostiene el teólogo Juan José Tamayo. La canciller alemana Angela Merkel exigió entonces al Papa, su compatriota, que pidiera disculpas a los judíos.

El Papa también ha reintroducido en la liturgia una oración por la conversión de los judíos, de carácter preconciliar, y suele irritar a esa comunidad religiosa cuando insiste en elevar a los altares (es decir, en colocar como ejemplo de santidad para todo el mundo) al papa Pío XII, acusado de callar ante los crímenes de los nazis y ante el terrible Holocausto.

Ofendió también Benedicto XVI a los musulmanes -1.300 millones- cuando, en un discurso en la Universidad de Ratisbona (Alemania) en septiembre de 2006, dijo que Mahoma impuso la fe con la espada y proclamó la guerra santa, vinculando al dios del islam con la violencia y la irracionalidad. Tampoco los protestantes -650 millones- y los cristianos ortodoxos -250 millones- tienen motivo de contento con este Papa. En un documento oficial de julio de 2007, el Vaticano identifica la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica, a la que considera la única verdadera, y califica en consecuencia a las Iglesias ortodoxas como Iglesia imperfecta y niega que las Iglesias de la reforma sean Iglesia.

El proceso ecuménico (de encuentro entre religiones, en la idea del teólogo Hans Küng de que no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones) también sufrió un duro revés cuando el Papa les dijo a las comunidades indígenas latinoamericanas -el 10% de la población en ese continente-, durante su viaje a Aparecida (Brasil) en 2007, que una supuesta vuelta a las religiones precolombinas no era un progreso, sino un retroceso. Lo dijo Benedicto XVI en su discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y en el mismo viaje acusó a los nuevos líderes políticos latinoamericanos de estar sometidos a ideologías superadas y de no actuar en concordancia con la visión cristiana del ser humano y de la sociedad.

También atacó allí a los teólogos de la liberación por politización, falso mesianismo, ideas erróneas y dependencia del marxismo, como había hecho, excomulgándolos, cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Aún más criticada ha sido su visión de la planetaria lucha contra el sida, llevada a cabo por las autoridades sanitarias y gran parte de los Gobiernos. Durante un viaje a Camerún y Angola, el Papa execró contra el uso de los preservativos porque, dijo, "no sólo no solucionan el problema del sida, sino que lo agravan todavía más". El Parlamento belga pidió entonces, por mayoría, a su Gobierno que condenase esas declaraciones y expresase una protesta formal al Vaticano, de Estado a Estado. Una iniciativa parecida en España, a instancias de Izquierda Unida, no prosperó en el Congreso de los Diputados.

Todas esas derivas anticonciliares se resumen en una más aparatosa y visible: los cambios en la liturgia, autorizados con regocijo por Ratzinger. No sólo se vuelve a la misa en latín y con el celebrante de espaldas al pueblo creyente, sino que se han aceptado algunas de las ideas del arzobispo Lefebvre, el gran fustigador del Vaticano II. Ratzinger había sido perito en ese concilio, como asesor del episcopado alemán, pero siempre se mostró contrario a su desarrollo "con el entusiasmo de zelotes", acusó una vez a sus colegas, en referencia a una de las sectas más radicales en la época de Jesús, en la Galilea sojuzgada por Roma.

¿Por qué esa deriva antiecuménica o anticonciliar? El papa Ratzinger piensa que el Concilio Vaticano II le ha sentado muy mal a su Iglesia, y que sólo rectificándolo volverán tiempos de esplendor, prestigio e influencia. Los hechos son testarudos, en la dirección contraria. Cada día hay menos vocaciones sacerdotales y más parroquias sin cura. La juventud sigue alejada, salvo los cientos de miles de muchachos que jalean al pontífice desde los movimientos más conservadores; la mujer permanece marginada del santuario, y pocos católicos hacen caso a las doctrinas de sus prelados en materia de sexo u otros comportamientos sociales.

La decisión de acoger a sacerdotes anglicanos, incluso si están casados, no hace más que agravar el veto al celibato opcional entre el clero católico, origen de quebradores de cabeza para el Papa. Pero esas son ahora historias de sexo, un terreno en el que la jerarquía del catolicismo pierde casi siempre la compostura.



Fuente: ElPais.com
Autor: Juan G. Bedoya, (1945 -) periodista, docente y político español. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra y ha trabajado, entre otros medios, en Alerta (Santander), El Correo Español (Bilbao), Televisión Española y ahora responsable de la sección de Religión de El País.La Comisión Europea ha otorgado en España el ‘Premio Europeo de Periodismo 2009.
También ha sido director de Hoja del Lunes de Santander (1975-1980). Director del Curso La cuestión regional de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Profesor de Literatura en la Escuela Politécnica (1973-1974). Presidente de la Junta de Fundadores de Cantábrico de Prensa S.A. Editor del periódico ALERTA Cantabria (1985-1993).

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lunes, 5 de abril de 2010

Los papas y el sexo: Cómo la Iglesia Católica ha podido ocultar 40 años de pederastia

La “conspiración de silencio” que nace con Juan XXIII

Se amenazó con la excomunión a quien difundiera algún caso

En 1962 el Papa Juan XXIII firma un escrito titulado Crimen de Solicitación o Crimen Sollicitationis (ver el documento original en latín "Intructio de modo procedendi in Causis Sollicitationis") en el que se fijaba el procedimiento a seguir en los casos de "pecados secretos" de miembros del clero. El texto permaneció oculto hasta 2003 cuando diversos medios de comunicación lo sacaron a la luz. Básicamente la orden del papa era mantener ocultos los abusos sexuales en la Iglesia.

Según narra Eric Frattini en su libro Los papas y el Sexo, "El documento (...) ordenaba a los obispos a actuar de la forma ‘más secreta' y a ‘observar el más estricto secreto. Siendo la divulgación de alguno de los casos considerada merecedora de pena de excomunión'."

Así fue como el conocido popularmente como "El papa bueno" encubría bajo un manto de mutismo a todos los implicados en casos abusos sexuales. Estipulaba que sólo un tribunal eclesial debia de actuar contra los estos delitos.

Esta "conspiración del silencio" vivió sus últimos coletazos, antes de hacerse pública, durante el papado de Juan Pablo II.

Los cardenales Joseph Ratzinger y Tarcisio Bertone emiten en 2001 el documento interno "De delictis gravioribus" (ver texto original en latín, haciendo clic aquí / o la traduccion del mismo al español, haciendo clic aquí) el que informan de cómo tratar de modo aún más privado estos procesos, sobre todo los relacionados con niños. Exigía que las denuncias fueran enviadas sólo y directamente a la Congregación para la Doctrina de la Fe que dirigía el propio Ratzinger.

Según reza el documento Vaticano: "Deben permanecer secretos y ser juzgados con rigor en un proceso interno".*


"El gran cáncer del catolicismo desde su creación ha sido el celibato"

Después de escribir la Historia de la Iglesia Católica a través de las oscuras relaciones de 261 pontífices con el sexo, el autor confiesa haber aprendido que el celibato entre los miembros del clero ha resultado profundamente dañino para la Iglesia.

"En el protestantismo o en el luteranismo, dónde a los religiosos se les permite casarse y tener hijos, no se conocen casos de abusos sexuales a niños como se han dado en la Iglesia Católica".

Como cuenta Eric Frattini en Los papas y el sexo (Ed. Espasa) la conspiración de silencio de la Iglesia sobre los casos de pederastia nace en 1963 con la firma de Juan XXIII en un documento en el que se establece, como norma pontificia, que se deben esconder todos los casos de abusos sexuales contra niños."

"Durante el Papado de Juan Pablo II, uno de los hombres que más ayudó a silenciar estos abusos fue Joseph Ratzinger como prefecto de la Doctrina de la Fe."

Así, en uno de los pasajes del libro se relata cómo una jueza federal de EEUU había dado la orden para detener al ya nombrado como Benedicto XVI en cuanto pisara suelo de aquel país. Se le acusaba de encubridor de estos crímenes durante su etapa anterior con Juan Pablo II (ver "Ratzinger en la ratonera").

"Sólo las rápidas gestiones del Vaticano con la Secretaria de Estado de EEUU hicieron posible que el nuevo Papa gozara de inmunidad diplomática como Jefe de Estado."

Esto es sólo una fracción de los 2010 años de Historia de la Iglesia que se recogen en "Los papas y el sexo". Un recorrido oculto e inhóspito entre las prácticas sexuales más sorprendentes y los delitos más atroces que cometieron algunos de los máximos responsables de esta Institución. Ya lo dice Antonio Piñero en el prólogo: "(Estamos ante) una institución que ha sobrevivido a pesar de la notable indignidad de muchos de sus jefes supremos".**


Video: "Los Papas y el sexo". Entrevista a Eric Frattini realizada por Miguel Pato.



Podscast: 'Los papas y el sexo con Eric Frattini' / Programa "Espacio en Blanco" (integro) de la Radio Nacional de España (RNE), emitido el 13 de febrero de 2010. (Algunas expresiones y conceptos expresados en esta entrevista no estamos de acuerdo, pero creemos muy interesante compartirla con nuestros amigos lectores. Editor)





* Fuente: PeriodistaDigital.com
Autor: Miguel Pato / 29 de marzo de 2010
**Fuente: PeriodistaDigital.com
Autor: Miguel Pato, 22 de marzo de 2010

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domingo, 4 de abril de 2010

“Crimen Sollicitationis”. Por Eduardo Literas

Es larga y compleja la madeja. Involucra hoy, a nivel internacional, a Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) en la elaboración de directivas vaticanas que ordenaban a los obispos encubrir los casos de pedofília sacerdotal frente los juzgados locales de los diferentes países, y se remonta a los tiempos en que el papa de la mirada torva era aún el poder detrás del trono, en los eternos años agonizantes del pontificado de Juan Pablo II. El siguiente texto, aparecido en el periódico Transición de México a mediados del 2006, disecciona el asunto. Las acusaciones son las mismas que hoy le explotan en la cara al papa. Sólo que con el tiempo han tomado cada vez más fuerza y parecen haber llegado al punto de convertirse en indesmentibles.


El 18 de agosto de 2003 el diario británico The Observer acusó a la Iglesia Católica y al Vaticano de ordenar a los obispos guardar silencio y mantener en secreto los casos de abusos sexuales a menores a través de un documento oficial conocido, por su nombre en latín, Crimen Sollicitationis (ver el documento original en latín "Intructio de modo procedendi in Causis Sollicitationis").

El documento secreto del Vaticano fue elaborado por el Santo Oficio (hoy la Congregación para la Doctrina de la fe) en 1962, y contiene una serie de instrucciones para los obispos sobre cómo manejar los casos del “peor crimen”. Es decir, los casos en que los sacerdotes se ven envueltos en relaciones sexuales con animales, personas o niños. Y en los que utilizan las confesiones para obtener favores sexuales de los fieles.

Crimen Sollicitationis llama a manejar en secreto dichos casos y el secreto se extiende al mismo documento. El castigo por la violación del secreto incluye la excomunión, la que sólo puede ser retirada por el mismo Papa. Tal vez esto explica la negación de la existencia de dicho documento por parte de algunos obispos. Crimen Sollicitationis salió a la luz en el contexto del escándalo de la denuncia de los miles de casos de abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes católicos en Estados Unidos.

Abogados estadounidenses involucrados en diversos casos sobre pedofilia eclesial dijeron que dicho documento era una evidencia de la política de obstrucción a la justicia practicada de forma oficial y como política de estado por el Vaticano. En respuesta, la Iglesia católica arguyó que la política de secretismo no incluía ocultar los crímenes de pedofilia cometidos por sacerdotes.

Crimen Sollicitationis fue también reproducido por el diario estadounidense Worcester Telegram & Gazette, que obtuvo una copia en 2003. El documento en cuestión se mantuvo por 40 años custodiado en secreto y catalogado como “extremadamente confidencial” en los archivos secretos de la Santa Sede. Daniel Shea, abogado estadounidense y ex seminarista lo descubrió y lo dio a conocer a la opinión pública de Estados Unidos. El documento, explicó Shea, fue citado como todavía en vigor, en una epístola del entonces cardenal Joseph Ratzinger titulada: “De Delictis Gravioribus” del 18 de mayo de 2001 (ver texto original en latín, haciendo clic aquí / o la traduccion del mismo al español, haciendo clic aquí).

Con dicha fecha el cardenal Joseph Ratzinger y hoy Benedicto XVI envió la epístola “Delictis Gravioribus” (“Normas de delitos más graves”) a los obispos de toda la Iglesia católica y otros ordinarios y superiores, anunciándoles qué actos “más graves quedaban reservados” al único juicio de su congregación. Añadía que la instrucción Crimen sollicitationis “en vigor, promulgada por la Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio el 16 de marzo de 1962, debía ser reconocida por los nuevos Códigos canónicos”.

Las jerarquías del Estado Vaticano se defendieron afirmando que las normas contenidas en el documento de 1962 no tienen ningún valor vinculante después de la entrada en vigor de las disposiciones que en 1983 reformaron el Código de Derecho Canónico. Sin embargo, en la epístola de Ratzinger de 2001, como ya dijimos, no hay dudas sobre la vigencia del documento Crimen Sollicitationis.

La justicia estadounidense persistió en las pesquisas y en enero de 2005, en la Corte del distrito de Harris County (Texas) el entonces cardenal y hoy Papa Benedicto XVI fue acusado de obstrucción de la justicia. La epístola fue incluida en la demanda presentada a principios de 2005 contra la Iglesia Católica de Texas y contra Ratzinger por los abusos sexuales cometidos a tres menores por Juan Carlos Patiño Arango, un seminarista de origen colombiano asignado a la iglesia San Francisco de Sales, de Houston. Patiño Arango fue acusado de haber abusado sexualmente de ellos durante sesiones de “orientación psicopedagógica” en la iglesia, a mediados de los noventa.

Según abogados de las víctimas, el cardenal Ratzinger “conspiró para obstruir la acción de la justicia”. El padre John Beal, catedrático de Derecho Canónico de la Catholic University of America, en declaración oral jurada, el 8 de abril de 2005, reconoció ante Daniel Shea que la carta ampliaba la jurisdicción y el control de la Iglesia Católica sobre delitos de abusos sexuales. La carta de Ratzinger estaba cofirmada por Tarsicio Bertone (hoy flamante Secretario de Estado), quien, en una entrevista de hace tres años, ya aludió a la oposición de la Iglesia Católica a permitir que organismos ajenos a ella pudieran investigar las denuncias de abusos sexuales cometidos por curas. “En mi opinión, no tiene fundamento la exigencia de que un obispo esté obligado a contactar con la policía para denunciar a un sacerdote que ha admitido ser culpable de pedofilia” dijo Bertone en ese entonces – vaya “joya” de sinvergüenza -. Posteriormente el gobierno de Estados Unidos ordenó al tribunal de Texas que el Papa Benedicto XVI debía recibir inmunidad en la demanda sobre Patiño Arango. El subsecretario de Justicia de Estados Unidos, Meter Keisler, dijo que como Jefe de Estado del Vaticano, Benedicto XVI goza de inmunidad. Y señaló que permitir que continúe la demanda sería “incompatible con los intereses de política exterior de Estados Unidos”.

La Corte Suprema de Justicia afirmó por su parte que los tribunales de Estados Unidos están obligados a acatar esas “sugerencias de inmunidad”. De tal manera, la elección de Ratzinger como Papa lo salvó de enfrentarse a la justicia estadounidense o tener que esconderse tras lo muros del Vaticano de una orden de captura de la INTERPOL. Otra demanda presentada en 1994 contra el anterior Papa Juan Pablo II, también en Texas, fue desechada después de que el gobierno de Estados Unidos presentara una moción similar.

Trascendió que la embajada de la Santa Sede en Washington había pedido al gobierno de Estados Unidos que emitiera su sugerencia de inmunidad, e hiciera todo lo posible para que el caso fuese desestimado. Patiño Arango es hoy un prófugo de la justicia.



Fuente: TheClinic.cl
Autor: Eduardo Literas

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miércoles, 24 de marzo de 2010

Católicos: depravación, curas, matrimonio, Iglesia, papado. Por Gonzalo Tarrués

El Titanic eclesial y su propio iceberg. En Alemania, donde un joven Ratzinger alguna vez usó uniforme, embistieron contra el papa: le exigen entone un mea culpa por los casos de violaciones infantiles; en el otro lado de la vereda gran escándalo porque un sacerdote casado oficia la misa: Jesús no fue sacerdote, afirma el inculpado.

Fue durante cinco años arzobispo de Münich, aseguró Hans Küng refiriéndose a Josef Ratzinger, y ''La veracidad exige que el hombre que desde hace décadas es el responsable principal de la ocultación a nivel mundial -de los casos de pedofilia-, concretamente Josef Ratzinger, entone su propio 'mea culpa'''. Y agregó, en un importante periódico alemán:

''Ninguna persona en la Iglesia ha tenido sobre su mesa tantos casos de abusos como él''. Küng -teólogo enfrentado por años al papado- también recordó que el Papa estuvo al tanto de los múltiples casos de de esas prácticas cuando fue profesor de Teología en Ratisbona, donde su propio hermano Georg debió haberle informado sobre los abusos en el coro catedralicio infantil.

Además Küng no olvida que el actual Papa fue durante cinco años arzobispo de Münich, diócesis en la que se han destapado muchos casos de pedofilia perpetrados por curas durante su mandato, y también por 24 años prefecto de la Congregación para la Defensa de la Doctrina de la Fe.


Victorino Pérez Prieto, sacerdote, casado y en Galicia

El obispado de Mondoñedo Ferrol selanzó con todo- y nada tolerante- contra el cura Victorino Pérez, al que amenaza con todo el peso del Derecho Canónigo por celebrar misa estando casado.

Con un dejo a la vez melancólico y desafiante el sacerdote retruca: Siempre hemos dicho que la mayoría de nosotros, curas casados nos sentimos felizmente retornados al estado laical. Jesús de Nazareth no fue nunca un sacerdote, sino un laico. Él animó a sus discípulos a celebrar la fracción del pan y del vino en grupo, en comunidad. "Haced esto en memoria mía". "Porque allá donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allá estoy yo en medio de ellos". Y suma:

Es triste que los obispos gallegos salten ahora ante este caso concreto, cuando ellos saben que en Galicia, en España, en Latinoamérica y en muchos otros lugares del Mundo somos miles y miles los sacerdotes que estamos viviendo un tipo de Iglesia en comunidades fraternas, de iguales, sin ningún tipo de clericalismo.

Lo vivimos especialmente en las comunidades de base y en movimientos renovadores de Iglesia. Aunque haya una desobediencia a normas disciplinarias concretas (no a cuestiones de fe), hay una fidelidad a un servicio comunitario, a una eclesialidad abierta, servicial y evangélica y también a una comunión crítica con la Iglesia.

Llevamos muchos años viviendo así nuestra fe y queremos seguir viviéndolo, aunque a nuestros obispos no les guste. Más pronto que tarde, ellos y sobre todo el Papa, tendrán que comprender que la actual ley del celibato obligatorio para los clérigos es algo caduco y desfasado, que obedece más a una Iglesia de siglos pasados que a la del S. XXI.

Muchos obispos y cardenales lo han dicho en público y la mayoría lo reconoce en privado. Incluso Juan Pablo II llegó a reconocer a un grupo de periodistas que sabía que eso sería inevitable, pero que no quería que fuera durante su pontificado.

Los actuales escándalos de pederastia y pedofilia del clero en EEUU, Irlanda, Alemania, Holanda, Austria, Suiza... eso sí que debiera preocuparles... Hay algo que está pidiendo a gritos la opinión pública dentro y fuera de la Iglesia: que se modifique la ley del celibato y puedan coexistir en ella animadores de la comunidad cristiana célibes y casados, hombres o mujeres, heterosexuales u homosexuales, siempre que demuestren una madurez en la fe y un compromiso serio con la comunidad.

Se estima que al menos un 22 por ciento de los sacerdotes debidamente ordenados en la Iglesia Católica están casados. (ver el articulo publicado por "El País", "El 22% de los curas están casados y algunos siguen ejerciendo").


Fuente: Telesurtv.net
Autor: Gonzalo Tarrués

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