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viernes, 4 de marzo de 2011

Benedicto XVI exonera a los judíos de ser los culpables de la muerte de Jesús

El papa Benedicto XVI exonera a los judíos de ser los culpables de que Jesús fuera condenado a muerte, en la segunda parte de su libro "Jesús de Nazaret", que saldrá a la venta el próximo 10 de marzo.

En el libro, del que hoy el Vaticano adelantó algunos capítulos, el pontífice señala que, cuando en el Evangelio de Mateo se habla de que "todo el pueblo" pidió la crucifixión de Cristo, "no se expresa un hecho histórico".

"¿Cómo habría podido todo el pueblo (judío) estar presente en ese momento para pedir la muerte de Jesús?", se pregunta el papa, quien reconoce que esa errónea interpretación ha tenido "fatales" consecuencias, en referencia a las continuas acusaciones de deicidio a los judíos durante siglos, que propició su persecución.

Benedicto XVI agrega que la "realidad" histórica aparece más correcta en los evangelios de Juan y Marcos.

"Según Juan, fueron simplemente los judíos, pero esa expresión no indica para nada que se tratase del pueblo de Israel como tal y menos que tuviera un carácter racista. Juan era israelita, como Jesús y todos los suyos. En Juan esa expresión tiene un significado preciso y rigurosamente limitado, se refiere a la aristocracia del templo (de Jerusalén)", escribe el papa Ratzinger.

Añade que Marcos amplia el cerco de los acusadores a los "ochlos", la masa que apoyaba a Barrabás y que se había movilizado para lograr que fuera amnistiado con motivo de la inminente pascua.

"El verdadero grupo de los acusadores son los círculos contemporáneos del templo y la masa que apoyaba a Barrabás", precisa, de manera categórica.

Sobre la frase de Mateo "Y todo el pueblo respondió: Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos" (Jesús ante Pilato y frente a Barrabás), Benedicto XVI señala que el cristiano recordará que la sangre de Jesús "habla otro idioma diferente al de Abel".

"No pide venganza, ni castigo, sino reconciliación. No es derramada contra algunos, sino que se vierte para todos. No es maldición, sino redención y salvación", subraya el obispo de Roma.

El Concilio Vaticano II (1962-1965), que lanzó a la Iglesia hacia el siglo XXI, promulgó la declaración "Nostra Aetate", con la que los católicos retiraron las acusaciones de deicidio contra los judíos.

En el texto, el papa señala que Jesús no fue un "revolucionario político" y que su mensaje y su comportamiento no constituyeron un peligro para el dominio romano.

Benedicto XVI indica que sobre la fecha de la Última Cena los evangelios sinópticos (Marcos, Lucas y Mateo) están equivocados y lleva razón Juan, ya que en el momento del proceso a Jesús las autoridades no habían celebrado la pascua y debían mantenerse puras.

Afirma que la Última Cena no fue una cena pascual según el ritual judío y que Cristo fue crucificado no el día de la fiesta judía, sino en la vigilia.

Sobre la figura de Judas, Benedicto XVI escribe que Satanás entró en él y no logró liberarse y explica que, además de la traición, su segunda tragedia fue no lograr creer en el perdón.

"Su arrepentimiento se vuelve desesperación. Sólo se ve a sí mismo y sus tinieblas, no ve más la luz de Jesús. Su arrepentimiento es destructivo, no verdadero", afirma el papa.

En el libro también se refiere al Reino de Dios y asegura que sólo la verdad puede llevar a la liberación del ser humano y que las grandes dictaduras únicamente viven gracias a la mentira ideológica.

La segunda parte del libro "Jesús de Nazaret" será presentada el próximo 10 de marzo en el Vaticano y está dedicada a la pasión, muerte y resurrección de Cristo, los momentos más decisivos en la vida de Jesús.

El volumen está editado por la Libreria Editora Vaticana (LEV), que tiene todos los derechos de autor de Benedicto XVI, y saldrá a la venta en siete idiomas, entre ellos español y portugués.

Según el portavoz vaticano, Federico Lombardi, el papa está escribiendo ya la tercera parte del libro, dedicada a la infancia de Jesús y al comienzo de su predicación.

La primera parte de "Jesús de Nazaret", de 448 páginas, fue publicada en 2007 y en ella el Pontífice mostró a un Jesús "real, el histórico", y afirmó que Cristo es una figura "históricamente sensata y convincente".




Fuente: ElMundo.es
Fotografía: Benedicto XVI en el Muro de los Lamentos durante su visita a Israel.



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lunes, 24 de mayo de 2010

Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo. Por Hans Küng

El teólogo Hans Küng juzga el pontificado de Benedicto XVI como el de las oportunidades perdidas. En el quinto aniversario de su llegada al Vaticano, pide al clero que reaccione ante la crisis de la Iglesia, agudizada por los abusos a menores.

Estimados obispos,

Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.

Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.

Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:

- Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos "anhelaban" la religión de sus conquistadores europeos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos.

- Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.
- Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.

Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:

- Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.

- Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.
- No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.

- Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.

El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.

Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un "representante de Cristo" absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.

Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas "unidades pastorales" en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.

Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo el secretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.

Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.

1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!

2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.

3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.

4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que "decirle en la cara que actuaba de forma condenable" (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.

5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:

6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.

La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con "valentía" apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva.

Os saluda, en la comunión de la fe cristiana,

Hans Küng.




Fuente: ElPais.com
Autor: Hans Küng (Suiza, 1928-), es un sacerdote católico, teólogo controvertido y prolífico autor. Desde 1995 es Presidente de la Fundación por una Ética Mundial (Stiftung Weltethos). Küng es "un sacerdote católico en activo", pero el Vaticano ha anulado su autoridad para enseñar teología católica. A pesar de ello permanece en la Universidad de Tübingen como profesor de Teología Ecuménica, donde imparte clases como profesor emérito desde 1996. A pesar de no tener permiso para enseñar teología católica, ni su obispo ni la Santa Sede han revocado sus facultades sacerdotales.
Traducción: Jesús Alborés Rey
Fotografía: Mitras. Obispos en una misa celebrada por los prelados fallecidos / Reuters

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miércoles, 21 de octubre de 2009

La Iglesia Católica abre las puertas a los Anglicanos opuestos a gays y mujeres obispos

Histórico: la Iglesia Católica abre sus puertas a los anglicanos

ROMA.- En un gesto inesperado y más que trascendente, Benedicto XVI les abrió ayer las puertas del catolicismo a los anglicanos al admitir el retorno en bloque de fieles y sacerdotes, incluidos los sacerdotes casados, la mayoría en esa confesión cristiana.

En el paso más importante dado en su historia por la Iglesia Católica para superar una división de más de 475 años, el Papa aprobó una Constitución Apostólica, decreto pontificio de máximo rango, que pronto será publicado, que crea una nueva estructura canónica y les permite a fieles, sacerdotes y obispos anglicanos que así lo deseen convertirse al catolicismo, conservando elementos de su específico patrimonio espiritual y litúrgico anglicano.

Así lo anunció ayer el cardenal William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una conferencia de prensa en la que explicó que esto será posible a través de una prelatura personal, similar a la que tienen dentro de la Iglesia el Opus Dei y los ordinariatos castrenses.

La medida del Papa se conoció en momentos en que la Iglesia Anglicana está al borde de un cisma a raíz de la decisión de permitir la ordenación de obispos mujeres y de sacerdotes homosexuales en Estados Unidos y Canadá. Los anglicanos siempre pudieron volver, a título individual, a la Iglesia de Roma, tal como ocurrió con John Henry Newman, el famoso anglicano que se convirtió al catolicismo y luego fue cardenal, que será beatificado el año que viene.

Pero con la novedosa Constitución Apostólica, puesta a punto por Benedicto XVI, ahora grupos enteros de anglicanos, la mayoría de un ala tradicionalista que jamás aceptó la ordenación de mujeres y de los homosexuales, podrán pasar al catolicismo.

Incluso los curas anglicanos casados, que son la mayoría, podrán ser ordenados sacerdotes católicos, más allá de la obligación del celibato impuesta por la Iglesia de Roma. Los obispos anglicanos casados que se conviertan al catolicismo, en cambio, serán "rebajados" a la categoría de sacerdotes rasos.

Según la nueva Constitución Apostólica, sólo los obispos que son célibes continuarán manteniendo ese cargo. Además, los anglicanos que abracen el catolicismo podrán elegir a los encargados de supervisar sus propias comunidades, que estarán autorizadas a conservar algunas de sus tradiciones espirituales y litúrgicas.

Los anglicanos se separaron de Roma en 1534, cuando el rey Enrique VIII no obtuvo del papa Clemente VII la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón y declaró la independencia de la Iglesia de Inglaterra de la autoridad pontificia.

Desde entonces, tal como recordó el Vaticano en una nota informativa, siempre hubo intentos de reunión con el catolicismo. Aunque fue a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965) que comenzó a trabajarse más intensamente por el diálogo ecuménico.

Ordenaciones conflictivas

La nota informativa también puso en contexto la trascendente decisión del Papa, al destacar que en los últimos años comenzaron a surgir serias divisiones entre los 77 millones de fieles anglicanos que hay en el mundo, al borde del cisma.

Algunas iglesias, principalmente en Estados Unidos y Canadá, rompieron con la tradición y comenzaron a ordenar mujeres como sacerdotes y como obispos. Más recientemente, alejándose de la común enseñanza bíblica, comenzaron a ordenar sacerdotes homosexuales y les dieron asimismo su bendición a las uniones entre personas del mismo sexo.

No por nada Levada, titular de la ortodoxia católica, explicó que con este nuevo paso el Papa "quiso ir al encuentro en modo unitario y justo a los pedidos para una plena unión que llegaron de parte de fieles anglicanos de distintas partes del mundo en los últimos años".

"Con semejante propuesta la Iglesia piensa responder a las legítimas aspiraciones de estos grupos anglicanos para una comunión plena y visible con el Obispo de Roma, el sucesor de San Pedro", agregó Levada, acompañado por el arzobispo Joseph Di Noia, secretario de la Congregación para el Culto Divino.

Según Levada, entre 20 y 30 obispos y un centenar de parroquias anglicanas ya expresaron su deseo de regresar al catolicismo. Se espera que el primer grupo que se pase a la Iglesia de Roma sea la Comunidad Anglicana Tradicional, que en 1991 rompió con la jerarquía de la Iglesia Anglicana después de su bendición a la ordenación de sacerdotes mujeres. La Comunidad Anglicana Tradicional asegura tener medio millón de fieles en todo el mundo.

El arzobispo de Canterbury y líder de la Iglesia Anglicana, Rowan Williams, aseguró ayer en una conferencia de prensa en Londres, junto al arzobispo de Westminster, Vincent Nichols, que no considera el paso dado por el Vaticano "un acto de agresión".

Sin embargo, admitió que sólo "hace un par de semanas" se enteró de la existencia del nuevo documento vaticano y que nadie lo consultó en ningún momento sobre el tema. Tampoco el Episcopado británico, que tuvo noticias el lunes de la Constitución Apostólica, fue consultado por el Vaticano. *


Prevén un éxodo de sacerdotes anglicanos tras el giro de la Iglesia

Diversos medios tradicionalistas creen que podría producirse una fragmentación en esa comunión

LONDRES.- Alrededor de un millar de sacerdotes anglicanos y muchos miles más de Australia y Estados Unidos podrían dejar sus iglesias para ser acogidos por el Vaticano, estimaron diversos medios anglicanos tradicionalistas citados por el diario británico The Times, tras conocerse el histórico giro de la Iglesia al admitir el retorno en bloque de fieles y sacerdotes, incluidos los sacerdotes casados, la mayoría en esa confesión cristiana.

El anuncio del Vaticano fue traducido por los medios como un duro golpe para los esfuerzos del arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, de evitar la ulterior fragmentación de la comunión anglicana, dividida por la consagración de mujeres obispos que reclama el sector más progresista de la confesión.

Algunos anglicanos acusan en privado a la Iglesia de Roma de dedicarse a la "caza" de anglicanos y critican a Williams por capitular ante el Vaticano, señala el periódico británico.

Aunque esos críticos reconocen que Williams poco podía haber hecho para frustrar la acción de la Santa Sede, muchos expresaron su disgusto por la declaración conjunta que hizo con el primado católico, el arzobispo de Westminster, en la que reconocía "la común fe católica y la aceptación del ministerio de Pedro".

En una carta enviada a sus obispos y al clero, Williams no oculta, sin embargo, su propia frustración: "Lamento que no haya sido posible alertaros antes de esto. Se me informó muy tarde del anuncio que pensaba hacer (el Vaticano)".

Williams recibió la primera notificación el pasado fin de semana de boca del cardenal William Levada, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que viajó a Londres para comunicar personalmente la decisión a líderes anglicanos y católicos.

El obispo de Fulham, John Broadhurst, presidente de Forward in Faith, grupo que se opone a la ordenación de mujeres como obispos, predijo que hasta un millar de sacerdotes anglicanos podrían aceptar la oferta vaticana. Por su parte, Christian Rees, del grupo anglicano feminista "Watch", describió la medida vaticana como "caza ilegal".

"Esta no es una bienvenida normal. Es una bienvenida especialmente efusiva en la que casi se anima a la gente. En la Iglesia Anglicana nos gusta operar con transparencia. No ha ocurrido en este caso, por lo que cundirá la impresión de que es una maniobra predatoria".

Una posible consecuencia de la medida vaticana, aventura The Times, es que se acelerará la consagración de mujeres como obispos ya que el Sínodo General de la comunión anglicana no aprobará las necesarias estructuras legales que pudieran reclamar quienes se oponen a la consagración de mujeres si el Vaticano les ofrece una salida con la bendición del primado anglicano.

Ayer, en el paso más importante dado en su historia por la Iglesia Católica para superar una división de más de 475 años, el Papa aprobó una Constitución Apostólica -decreto pontificio de máximo rango, que pronto será publicado- que crea una nueva estructura canónica y les permite a fieles, sacerdotes y obispos anglicanos que así lo deseen convertirse al catolicismo, conservando elementos de su específico patrimonio espiritual y litúrgico anglicano. **


Fuente*: LaNacion.com
Fuente**: LaNacion.com
Fotografía: Encuentros ecuménicos entre el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams y Benedicto XVI. Vaticano / Noviembre 2006

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domingo, 3 de mayo de 2009

El integrismo de Benedicto XVI. Por Juan José Tamayo

Latinoamericanos, judíos, musulmanes, africanos, protestantes y católicos seguidores del concilio Vaticano II se han sentido ofendidos por actitudes y declaraciones de Ratzinger. Este Papa es muy poco diplomático.

El 19 de abril de 2005 los cardenales de la Iglesia católica reunidos en Cónclave eligieron a Joseph Alois Ratzinger -que tomó el nombre de Benedicto XVI- como sucesor de Juan Pablo II, de cuyo pontificado había sido el principal y más influyente ideólogo durante casi un cuarto siglo.

En el momento de su elección Ratzinger tenía 78 años, tres años más de la edad de jubilación de los obispos y uno más que Juan XXIII cuando accedió al pontificado en octubre de 1958. Sin embargo, cualquier parecido entre ambos itinerarios y sus formas de gobernar la Iglesia católica es pura coincidencia. A sus 77 años el diplomático Juan XXIII, sin apenas experiencia pastoral ni conocimiento de los entresijos de la Curia romana, llevó a cabo, contra todo pronóstico, una verdadera revolución copernicana en el seno de la Iglesia: enterró la Cristiandad y dio paso a una estación largos siglos desconocida en el Vaticano: la primavera. El anciano Papa sorprendió al mundo entero con un cambio de paradigma sin precedentes: del anatema al diálogo, de la cristiandad medieval al encuentro con la modernidad, de la rigidez doctrinal al pluralismo teológico, de la condena a la misericordia, de la intransigencia a la tolerancia, de la Iglesia aliada con el trono a la iglesia de los pobres, del tradicionalismo al aggiornamento.

Benedicto XVI ha hecho el viaje inverso: del diálogo con la modernidad a su más enérgica condena; de generoso mecenas de algunos teólogos de la liberación (pagó de su bolsillo la publicación de la tesis doctoral de Leonardo Boff) a inquisidor. El joven Ratzinger inició su trabajo teológico bajo el signo de la reforma de Juan XXIII, quien le invitó a participar como perito en el Concilio Vaticano II junto a otros colegas condenados otrora por Pío XII: los alemanes Karl Rahner y Bernhard Häring, el francés Y. Mª Congar, el holandés Edward Schillibeekcx y el teólogo suizo emergente Hans Küng. No tardó, sin embargo, en distanciarse de todos ellos e incluso de responsabilizarles de los abusos posconciliares, para seguir la senda de la ortodoxia y la escalada hacia el poder, que le llevó primero al arzobispado de Múnich, después al cardenalato, luego a la presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, finalmente, a la cúpula del Vaticano.

Tres son los factores que pudieron influir en su involución ideológica: la concepción pesimista del ser humano bajo la influencia de Agustín de Hipona -su teólogo preferido-, la incomprensión y el desconcierto ante la revolución estudiantil de 1968 y el miedo a asumir las consecuencias reformadoras del Vaticano II. Así fue diseñando su teoría de la restauración eclesial que recoge Vittorio Messori en el libro-entrevista Informe sobre la fe, que se convirtió en la hoja de ruta del pontificado de Juan Pablo II.

En la homilía pronunciada en la Misa para elegir nuevo Papa el día del comienzo del Cónclave, Ratzinger expuso las líneas maestras de su pontificado: a) muchos cristianos se han dejado llevar por los vientos cambiantes de las corrientes ideológicas de un extremo a otro: del marxismo al liberalismo hasta el libertinaje, del colectivismo al individualismo, del ateísmo a un vago misticismo; b) se está imponiendo en el mundo la "dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo y que deja como última medida sólo al propio yo y a sus deseos"; c) lo único que permanece en la eternidad es el alma humana, cuyo fruto es lo sembrado en ella.

Y no se ha apartado un ápice de ese guión que entonces escribió. Durante sus cuatro años como jefe del Estado de la Ciudad y líder del catolicismo mundial ha mantenido posturas claramente ofensivas para numerosos e importantes colectivos sociales, religiosos y étnicos.

1. Las comunidades indígenas latinoamericanas -el 10 % de la población- se sintieron instrumentalizadas y heridas en su dignidad durante el viaje de Benedicto XVI a Aparecida (Brasil) en 2007 para inaugurar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, cuando afirmó que la vuelta a las religiones precolombinas no era un progreso, sino un retroceso y una involución hacia el pasado. En el mismo viaje acusó veladamente a los nuevos líderes políticos latinoamericanos de autoritarios, de estar sometidos a ideologías superadas y de no actuar en concordancia con la visión cristiana del ser humano y de la sociedad. Volvió a criticar a los teólogos de la liberación de politización, falso mesianismo, ideas erróneas y dependencia del marxismo, como hiciera cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Acusaciones que fueron ratificadas con la condena del teólogo hispano-salvadoreño Ion Sobrino.

2. Ha provocado la indignación de los judíos -13 millones-, al readmitir en la "comunión eclesial" sin ningún tipo de arrepentimiento al obispo Richard Williamson, de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, que niega el Holocausto. Tuvo que ser la canciller alemana Angela Merkel quien exigiera a su compatriota Benedicto XVI pedir disculpas a los judíos y la inmediata rectificación al obispo seguidor de Lefebvre.

3. Los musulmanes -1.300 millones- se sintieron profunda y gravemente ofendidos en el discurso de Ratisbona, en septiembre de 2006, en el que afirmó que Mahoma no trajo más que males al mundo, ya que impuso la fe con la espada y proclamó la guerra santa, al tiempo que vinculó al Dios del islam con la violencia y la irracionalidad. Con esas afirmaciones Benedicto XVI se distanciaba de la iniciativa pacífica de la Alianza de Civilizaciones, asumida por la ONU y más de cien países, y se alineaba con la estrategia belicista del Choque de Civilizaciones de Bush.

4. Los africanos -856 millones- se han sentido muy ofendidos por las declaraciones del Papa durante su viaje a Camerún y Angola contrarias al uso de los preservativos. Éstos, dijo, no sólo no solucionan el problema del sida, sino que lo agravan todavía más. Afirmación deudora de una teología de la muerte que le convierte en responsable de la extensión y agravamiento del sida en África, que afecta a millones y millones de personas en ese continente. Tal aseveración ha provocado la reacción del Parlamento belga, quien ha pedido a su Gobierno que condene unas declaraciones tan inaceptables y que exprese su protesta al Vaticano.

5. Los protestantes -650 millones- y los cristianos ortodoxos -250 millones- se vieron discriminados en el documento vaticano de julio de 2007, que identifica la Iglesia de Cristo con la Iglesia católica, a la que considera la única verdadera, califica a las Iglesias Ortodoxas como Iglesia imperfecta y niega que las Iglesias de la Reforma sean Iglesia. Mayor retroceso en el camino del ecumenismo, imposible.

6. Los cristianos conciliares han visto frenadas no pocas de las reformas eclesiales y litúrgicas del Vaticano II cuando Benedicto XVI instauró la celebración de la misa en latín según el rito tridentino de manera ordinaria y reintegró en la Iglesia católica a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, de monseñor Lefebvre, defensora de la Iglesia del ancien régime y contraria a la libertad religiosa. Al levantar la excomunión de los integristas, sin exigirles la aceptación del concilio Vaticano II, no son ellos quienes se incorporan al cristianismo conciliar. Es, más bien, el Papa quien se convierte al integrismo y lleva a la Iglesia en esa dirección.

Fuente: El País.com
Autor: Juan José Tamayo, es un teólogo católico español vinculado a la Teología de la Liberación. Es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Fundador y actual Secretario General de la progresista Asociación de teólogos Juan XXIII y autor de El islam. Cultura, religión y política.

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domingo, 5 de abril de 2009

El error Ratzinger se agiganta

Pocos confían ya en Benedicto XVI - Sus anacrónicas decisiones muestran un Papa rodeado de una curia inoperante e incapaz de conducir la maquinaria vaticana.

No se apaga el tam tam de los tambores. Tras su periplo africano y la encendida polémica sobre el sida y los preservativos, afirmar que Joseph Ratzinger es un papa cada vez más cuestionado es una obviedad. Fuera de la Iglesia, no cesan las críticas y los ataques. En Francia y Alemania, las encuestas entre católicos registran ya la palabra "dimisión", y Gobiernos, ciudadanos y ONG dejan ver su abierto descontento. Dentro del Vaticano, las cosas están igual. O peor. El Papa alemán fue elegido por los cardenales por su alta inteligencia. Pero, como dice el veterano vaticanista y escritor Giancarlo Zizola, "estos primeros cuatro años de papado sugieren que, por mucho que su inteligencia sea finísima, no le llega para gobernar la Iglesia".

"Ratzinger es un prisionero de la curia, vive en una especie de Aviñón en patria, alejado de los episcopados nacionales, sin más apoyo que el de su pequeña camarilla", explica Zizola, autor del libro Santità e potere. Dal Concilio a Benedetto XVI. El Vaticano visto dal interno. Filippo di Giacomo, sacerdote y periodista, 11 años de misionero en el Congo, hoy juez vicario en Roma, cree que la crisis que vive el Vaticano "refleja una enfermedad crónica desde hace siete siglos: su sistema de Gobierno no funciona ni es colegial". "La curia moderna es una maquinaria gigantesca, inoperante e inútil. Hay 35 cardenales en Roma. Están divididos en grupos, enfrentados, y se dedican a conspirar y a cooptar afines por los pasillos", señala Di Giacomo.

Se trata de una batalla en toda regla, en la que los bandos se mezclan y se confunden. La revuelta estalló con el perdón a los obispos lefebvrianos. Un grupo amplio de obispos y teólogos moderados y conciliares (alemanes, franceses y latinoamericanos, sobre todo), hartos de no ser tenidos en cuenta, hizo ver su descontento al Papa. En respuesta, éste reprendió a la curia por no actuar de forma "colegiada y ejemplar".

Zizola recuerda que Wojtyla intentó obviar una fractura que ya existía a base de carisma y comunicación. Su papado creció con la televisión y se convirtió en una especie de Show de Truman, la primera encíclica catódica: le vimos envejecer, derribar el muro de Berlín, sufrir atentados, viajar, besar los suelos del planeta varias veces, agonizar en directo. Pero tampoco él fue capaz de reformar el sistema de gobierno. "Prefirió escaparse de Roma y tapar la crisis de la Iglesia y el vacío de gobierno", dice Zizola.

Mientras Wojtyla viajaba, Ratzinger estudia y escribe. Mucho más aislado y a la defensiva, el Papa soporta mal que le lleven la contraria. Su carta a los obispos reveló que le disgusta sobre todo el desamor, la intriga, "el odio y la hostilidad". Su texto dibuja a una curia conspiradora, que aspira a mandar tanto o más que él, que mueve los hilos en la sombra, que filtra noticias, escondiendo la mano, para hacerse valer. La peculiar sensibilidad de Ratzinger es una parte del problema. ¿Se trata de un "pastor alemán" como tituló Il Manifesto cuando fue nombrado, o "un cordero en medio de los lobos", según la expresión del Evangelio de Mateo?

Di Giacomo despachó con él a menudo cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe: "Le puedes decir cualquier cosa, siempre que no subas la voz. Si la elevabas medio tono, ponía su extraña sonrisa, cerraba el cuaderno y se marchaba. Delante de él no se puede ofender a nadie. Es un democristiano bávaro, y los democristianos bávaros son raros. Pueden tener ideas avanzadas, pero si los demás no les siguen, se asustan y frenan. Ratzinger es cualquier cosa menos un aventurero. Por eso se fue de la Universidad de Tubinga el día que se encontró a los estudiantes protestando tirados en el suelo. Es un monje, y nadie le ha dicho a tiempo que el mundo mediático no es un aula universitaria".

En un texto publicado por la revista religiosa Il Regno, Zizola ha recordado que en 1965 el obispo brasileño Helder Camara anunció al mundo durante el concilio la reforma de la monarquía pontificia, creando un senado compuesto por cardenales, patriarcas y obispos, elegidos por las conferencias episcopales, para ayudar al Papa en el gobierno y convocar cada 10 años un concilio ecuménico.

La reforma nunca se hizo. La curia, la corte púrpura, ese ente invisible y lujosamente vestido, cuyo poder sobrevive a los papas, jamás aceptó la democratización. Hoy, dentro de la curia, nadie se fía de nadie. Por un lado están los influyentes hombres "del servicio", como se autodenominan los diplomáticos de la secretaría de Estado que dirige Tarcisio Bertone, el único que despacha a diario con Ratzinger; por otro, los intelectuales orgánicos (periodistas, profesores, juristas, rectores...), unos papistas y muchos no; y luego está la variopinta macedonia cardenalicia y episcopal que dirige los dicasterios: nueve congregaciones, 11 consejos pontificios, tres tribunales, tres oficinas. "En los dicasterios están los casos piadosos", dice Filippo di Giacomo."Desde Pablo VI, el Papa que internacionalizó la curia y la llenó de excelencia con los mejores cerebros de ese tiempo, la decadencia del equipo de gobierno ha sido imparable. Wojtyla llegó a Roma en 1978 lleno de odio contra la curia, porque nadie escuchaba a los obispos del este de Europa, y se trajo a todos los fracasados, a los que no servían a las diócesis", cuenta Di Giacomo. "López Trujillo, Castrillón Hoyos, Martínez Somalo, Martino, Barragán, Milingo... Gente insignificante. Luego hizo obispo a su secretario, y le dijo: 'A estas bestias trátales tú".

¿Podrá este Papa más tímido aún apaciguar a ese rebaño de "gálatas que muerden y devoran"? Según Zizola, "el Papa trabajó durante el Concilio en la frontera de la renovación y sabe que el gran problema es la nula participación de los obispos en el gobierno de la Iglesia. Algunos cardenales recuerdan que los obispos eran consultados más a menudo en la época de Pío XII, antes del Concilio, que actualmente".

Cerca del Papa, coinciden Zizola y Di Giacomo, está el desierto. Cuatro monjas estadounidenses que dirigen el departamento informático y evitan que los hackers entren en la web. Su secretario, el guapo, alto y bávaro Georg Genswein, considerado un cero a la izquierda -"Es un cretino", afirma sin tapujos un miembro de la curia-. El portavoz, el amable jesuita Federico Lombardi, y sus dos ayudantes, que no dan abasto a apagar fuegos, y que según se dice serán sustituidos en junio.

Los hombres de confianza son aún menos. El cardenal alemán Lehman, que culpó del desastre Williamson a los mensajeros; Bertone, el secretario de Estado, que también dejará su sitio pronto por edad. Antonio Cañizares, prefecto de la estratégica, según la visión de Ratzinger, Congregación para el culto divino. Y el lituano Audrys Juozas Backis, que suena para sustituir a Bertone. Demasiado poco para un hombre de 81 años con una enorme carga de trabajo. "El grado de complejidad del cargo, con 1.100 millones de católicos, 6.000 obispos en activo, relaciones ecuménicas e interreligiosas, viajes, encíclicas, y relaciones de Estado, es insostenible para un hombre solo, inteligente como Ratzinger o carismático como Wojtyla", dice Zizola.

Por eso hay muchos obispos en guerra. Mientras Ratzinger salta de un pantano a otro, la iglesia moderada, progresista y conciliar no aguanta más. Según Zizola, el poder del Opus Dei, como en tiempos de Wojtyla y Navarro Valls, sigue siendo enorme. Di Giacomo no cree que sea tanto. Pero la máquina de enredar está en marcha. Con el perdón a los lefebvrianos, el Papa ha despreciado a las corrientes de signo opuesto, especialmente a la Teología de la Liberación, que él mismo frenó hace 25 años. Al fondo, se habla ya de un posible sustituto, el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Pero eso lo decidirá la curia.

Fuente: ElPaís.com
Autor: Miguel Mora / Roma

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