Hernán Fuchs es ingeniero civil. Trabajó en Camboya y Corea del Norte. En enero de 2006 se instaló con su familia en Rangún durante casi dos años. Ahora vive en la India, pero tuvo que volver por trabajo al convulsionado país asiático cuando la junta militar reprimió brutalmente las protestas de los monjes budistas. Una mirada de la crisis birmana desde adentro.
"Son las reglas del juego. O las aceptas o dejas de ayudar a mucha gente que lo necesita". El que hace la declaración con tono de resignación es Hernán Fuchs, un argentino de 33 años que trabaja en la ONG ADRA (Agencia Adventista para el Desarrollo y Recursos Asistenciales), en Myanmar. Llegó al convulsionado país que gobierna con mano dura una junta militar desde hace 45 años en enero de 2006. Allí se instaló junto a su esposa y sus dos hijas de 2 y 4 años. Luego de un año y medio cambió el rumbo y hoy vive en la India. Pero la semana pasada tuvo que volver a Rangún, la capital de la ex Birmania, para terminar proyectos de trabajos pendientes para la rehabilitación de zonas afectadas por desastres naturales.
Puentes para conectar un poblado con otro, habilitación de tanques de agua potable y la construcción de letrinas son algunos de los desarrollos de la organización ADRA que cuenta con 70 personas ilusionadas en llevar un poco de bienestar a cientos de comunidades abandonadas. Las condiciones de trabajo no son las mejores, pero uno se acostumbra, dice Hernán. "Para viajar al interior tenía que pedir permiso al Gobierno con dos meses de anticipación. Sino no dejan que te muevas", grafica. "Siempre nos acompañaba un militar, un funcionario de migraciones o un agente de la Policía". El régimen militar defiende el sistema de "escoltas" que reciben los voluntarios extranjeros bajo el argumento de llevarles protección y seguridad.
La crisis en Myanmar comenzó en agosto por una suba del precio del combustible, aunque detrás de las protesta estaba (y aún está) latente el reclamo de la apertura democrática. Cuando los militares intentaron frenar por la fuerza las movilizaciones, miles de monjes budistas -de gran influencia en el país- se sumaron al reclamo de libertades. En un intento por aplastar la rebelión popular, la dictadura birmana reprimió con brutalidad las manifestaciones, dejando decenas de muertos y cientos de heridos. Las cifras oficiales solo hablaron de 15 muertos. Hernán, testigo privilegiado de la tensa situación, cuenta que se respiraba miedo en las calles. "La gente estaba muy nerviosa. Trataban de escuchar noticias. Se reunían en grupos, comentaban lo que pasaba, hablaban sobre lo que ocurría pero con mucho miedo. Además había muy poco tránsito, las calles vacías y casi todos los negocios estaban cerrados, incluidos los clausurados cybercafe".
Los soldados prohibieron el acceso a las pagodas de Shwedagon y Sule donde surgieron las marchas de los budistas. Las imágenes de la represión a balazos y bastonazos habían dado vuelta al mundo. Hernán arribaba al aeropuerto internacional de Myanmar el lunes pasado "justo cuando se producía la masiva manifestación. Habría ahí unas 100 mil personas", calcula. Al día siguiente viajó al interior del país para terminar los trabajos asistenciales (Ver galería de fotos). Dice que muy pocos sabían ahí lo que pasaba en la capital. La información era escasa y controlada. La junta militar había cortado las comunicaciones y el servicio de Internet. "Apenas nos enterábamos de las noticias gracias a que en esas zonas remotas, perdidas en el medio de la nada (y lejos del control militar) algunos tenían televisión satelital que recibía la señal de TV de canales de Indonesia o de la BBC de Londres", explica a Clarín.com.
"Los únicos diarios que circulan son los del Gobierno, no hay otra opción. Leer eso era una risa. Con suerte en el mercado negro podías llegar a conseguir diarios de Tailandia, pero era muy difícil". En esos días calientes, de revueltas, gases lacrimógenos y disparos de armas de fuego, Hernán recuerda la explicación que daba la prensa oficial. "Decía que el Gobierno estaba intentando reestablecer la paz porque había gente local no identificada e incentivada por intereses extranjeros que buscaban desestabilizar la política y la economía del país. Era como leer una historieta cómica".
En un intento de aislar al país y evitar que siga saliendo a la luz las protestas de los monjes, el gobierno buscó la manera de bloquear las comunicaciones. Pero en realidad, el problema de las líneas telefónicas ya viene de mucho antes: tener un celular en la mano es un tesoro invaluable, casi inaccesible para la mayoría de los birmanos. "Conseguir un chip para el aparato cuesta algo así como 2.000 dólares. Y es el Gobierno el que emite los chips. Todo está manejado por ellos. Muy poca gente tiene un celular y la señal apenas cubre la capital y otras ciudades importantes", dice este argentino que trabajó como voluntario en Camboya y vivió 7 meses en Corea del Norte hasta que el régimen comunista de Kim Jong II echó a todas las ONG del país.
En Myanmar –donde el 90% de la población es budista- los monjes tienen una rutina: salen todas las mañanas a bendecir casa por casa a las familias y reciben comida como una suerte de ofrenda. El país fue colonia británica hasta 1948, año en que logró su independencia. Pero una vez que salieron los ingleses, la sociedad nunca puedo terminar de organizarse por las fuertes minorías y clanes que dominaban importantes negocios ilegales y millonarios, como el tráfico de drogas. Las bases estaban dadas para que en 1962 una junta militar corrupta y sangrienta tome el poder. Desde entonces los militares manejaron sin sobresaltos el destino de los birmanos durante 26 años. La calma se quebró en 1988 cuando una repentina devaluación de la moneda desató gigantescas movilizaciones que terminaron con 3.000 muertos y el cambio de nombre de Birmania a Myanmar.
"Como todos los coroneles y generales son budistas, los monjes pensaron que los militares iban a tener cierto respeto a sus protestas callejeras", reflexiona Hernán. "Lamentablemente el Gobierno los paró en seco. Si la gente no hubiese tenido miedo, a las calles salía la mitad del país a protestar. Pero no querían pasar por la misma experiencia que la del 88".
La llegada del enviado especial de la ONU, Ibrahim Gambari, coincidió con la partida del argentino. Con cientos de soldados patrullando las calles y declarado el toque de queda, Hernán pidió a la aerolínea adelantar su vuelo de regreso a la India. "Cuando volví del interior a la capital me hospedé en la casa de unos amigos alemanes y suizos. No quedábamos encerrados ahí todo el día. El viernes recibimos una llamada de las embajadas de Alemania y Suiza y nos avisaron que estemos preparados para la evacuación. Por suerte ya tenía el pasaje de vuelta", cuenta ahora aliviado Hernán, y duda cuando se le pregunta si volvería a instalarse en Myanmar como lo hizo en 2006. "La verdad es que siento impotencia, porque al ser extranjero yo puedo salir, pero mis amigos birmanos no tienen la posibilidad de escapar".
Fuente: Clarin.com Titulo original: Un argentino en la semana mas caliente de Myanmar "La gente tiene mucho miedo" Autor: Mariano Zucchi.
Fotografías: Clarin.com 1.EN FAMILIA. Hernán Fuchs, junto a su esposa y sus dos hijas.
2.TANQUES DE AGUA. Fueron construidos en escuelas para que los chicos tengan agua potable. Ya hicieron 40 de estos de 20 mil litros de capacidad.
Puentes para conectar un poblado con otro, habilitación de tanques de agua potable y la construcción de letrinas son algunos de los desarrollos de la organización ADRA que cuenta con 70 personas ilusionadas en llevar un poco de bienestar a cientos de comunidades abandonadas. Las condiciones de trabajo no son las mejores, pero uno se acostumbra, dice Hernán. "Para viajar al interior tenía que pedir permiso al Gobierno con dos meses de anticipación. Sino no dejan que te muevas", grafica. "Siempre nos acompañaba un militar, un funcionario de migraciones o un agente de la Policía". El régimen militar defiende el sistema de "escoltas" que reciben los voluntarios extranjeros bajo el argumento de llevarles protección y seguridad.
La crisis en Myanmar comenzó en agosto por una suba del precio del combustible, aunque detrás de las protesta estaba (y aún está) latente el reclamo de la apertura democrática. Cuando los militares intentaron frenar por la fuerza las movilizaciones, miles de monjes budistas -de gran influencia en el país- se sumaron al reclamo de libertades. En un intento por aplastar la rebelión popular, la dictadura birmana reprimió con brutalidad las manifestaciones, dejando decenas de muertos y cientos de heridos. Las cifras oficiales solo hablaron de 15 muertos. Hernán, testigo privilegiado de la tensa situación, cuenta que se respiraba miedo en las calles. "La gente estaba muy nerviosa. Trataban de escuchar noticias. Se reunían en grupos, comentaban lo que pasaba, hablaban sobre lo que ocurría pero con mucho miedo. Además había muy poco tránsito, las calles vacías y casi todos los negocios estaban cerrados, incluidos los clausurados cybercafe".
Los soldados prohibieron el acceso a las pagodas de Shwedagon y Sule donde surgieron las marchas de los budistas. Las imágenes de la represión a balazos y bastonazos habían dado vuelta al mundo. Hernán arribaba al aeropuerto internacional de Myanmar el lunes pasado "justo cuando se producía la masiva manifestación. Habría ahí unas 100 mil personas", calcula. Al día siguiente viajó al interior del país para terminar los trabajos asistenciales (Ver galería de fotos). Dice que muy pocos sabían ahí lo que pasaba en la capital. La información era escasa y controlada. La junta militar había cortado las comunicaciones y el servicio de Internet. "Apenas nos enterábamos de las noticias gracias a que en esas zonas remotas, perdidas en el medio de la nada (y lejos del control militar) algunos tenían televisión satelital que recibía la señal de TV de canales de Indonesia o de la BBC de Londres", explica a Clarín.com.
"Los únicos diarios que circulan son los del Gobierno, no hay otra opción. Leer eso era una risa. Con suerte en el mercado negro podías llegar a conseguir diarios de Tailandia, pero era muy difícil". En esos días calientes, de revueltas, gases lacrimógenos y disparos de armas de fuego, Hernán recuerda la explicación que daba la prensa oficial. "Decía que el Gobierno estaba intentando reestablecer la paz porque había gente local no identificada e incentivada por intereses extranjeros que buscaban desestabilizar la política y la economía del país. Era como leer una historieta cómica".
En un intento de aislar al país y evitar que siga saliendo a la luz las protestas de los monjes, el gobierno buscó la manera de bloquear las comunicaciones. Pero en realidad, el problema de las líneas telefónicas ya viene de mucho antes: tener un celular en la mano es un tesoro invaluable, casi inaccesible para la mayoría de los birmanos. "Conseguir un chip para el aparato cuesta algo así como 2.000 dólares. Y es el Gobierno el que emite los chips. Todo está manejado por ellos. Muy poca gente tiene un celular y la señal apenas cubre la capital y otras ciudades importantes", dice este argentino que trabajó como voluntario en Camboya y vivió 7 meses en Corea del Norte hasta que el régimen comunista de Kim Jong II echó a todas las ONG del país.
En Myanmar –donde el 90% de la población es budista- los monjes tienen una rutina: salen todas las mañanas a bendecir casa por casa a las familias y reciben comida como una suerte de ofrenda. El país fue colonia británica hasta 1948, año en que logró su independencia. Pero una vez que salieron los ingleses, la sociedad nunca puedo terminar de organizarse por las fuertes minorías y clanes que dominaban importantes negocios ilegales y millonarios, como el tráfico de drogas. Las bases estaban dadas para que en 1962 una junta militar corrupta y sangrienta tome el poder. Desde entonces los militares manejaron sin sobresaltos el destino de los birmanos durante 26 años. La calma se quebró en 1988 cuando una repentina devaluación de la moneda desató gigantescas movilizaciones que terminaron con 3.000 muertos y el cambio de nombre de Birmania a Myanmar.
"Como todos los coroneles y generales son budistas, los monjes pensaron que los militares iban a tener cierto respeto a sus protestas callejeras", reflexiona Hernán. "Lamentablemente el Gobierno los paró en seco. Si la gente no hubiese tenido miedo, a las calles salía la mitad del país a protestar. Pero no querían pasar por la misma experiencia que la del 88".
La llegada del enviado especial de la ONU, Ibrahim Gambari, coincidió con la partida del argentino. Con cientos de soldados patrullando las calles y declarado el toque de queda, Hernán pidió a la aerolínea adelantar su vuelo de regreso a la India. "Cuando volví del interior a la capital me hospedé en la casa de unos amigos alemanes y suizos. No quedábamos encerrados ahí todo el día. El viernes recibimos una llamada de las embajadas de Alemania y Suiza y nos avisaron que estemos preparados para la evacuación. Por suerte ya tenía el pasaje de vuelta", cuenta ahora aliviado Hernán, y duda cuando se le pregunta si volvería a instalarse en Myanmar como lo hizo en 2006. "La verdad es que siento impotencia, porque al ser extranjero yo puedo salir, pero mis amigos birmanos no tienen la posibilidad de escapar".
Fuente: Clarin.com Titulo original: Un argentino en la semana mas caliente de Myanmar "La gente tiene mucho miedo" Autor: Mariano Zucchi.
Fotografías: Clarin.com 1.EN FAMILIA. Hernán Fuchs, junto a su esposa y sus dos hijas.
2.TANQUES DE AGUA. Fueron construidos en escuelas para que los chicos tengan agua potable. Ya hicieron 40 de estos de 20 mil litros de capacidad.
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