domingo, 19 de abril de 2009

La Nueva Izquierda Religiosa y la Fe de Barack Obama

Reseña del libro "La fe de Barack Obama" de Stephen Mansfield. (Grupo Nelson, 2008)

El 12 de septiembre de 1960, y ante una Asociación Ministerial de Houston reunida en pleno para la ocasión, John F. Kennedy pronunció un discurso que ha pasado a la historia de la literatura política norteamericana, como la mejor argumentación jamás expuesta, en defensa de una necesaria separación entre Iglesia y Estado. Al afirmar no ser “el candidato católico a la presidencia” sino “el candidato del Partido Demócrata a la presidencia que, por casualidad, también es católico”, Kennedy trataba de alejar las sospechas sobre su condición de católico e iba incluso más allá en su mensaje, constatando que la fe personal de un candidato a la presidencia de los Estados Unidos, nada tenía que ver con un futuro ejercicio de su cargo. Sin embargo, los ocho años de gobierno de George W. Bush y su conservadurismo compasivo, han venido a contradecir esta idea, al situar nuevamente la religión en el primer plano de la vida pública, un primer plano ocupado ahora por dos candidatos a la presidencia –el republicano John McCain y el demócrata Barack Obama–, cuya religiosidad personal también ha sido tema de debate y controversia entre votantes y analistas políticos.

Decir que el pueblo estadounidense es muy religioso es no decir nada nuevo, pues más que por el capitalismo consumista o el patriotismo ufano de sus gentes, Estados Unidos se define por una arraigada e ineluctable creencia en Dios, por ser una tierra exageradamente devota, una reserva espiritual que no ha dejado nunca de asombrar a aquellos que han tratado de entender la naturaleza del ser americano: “A mi llegada a los Estados Unidos –escribía un epatado Tocquevillefue el carácter religioso del país lo primero que atrajo mi atención”. Más de ciento cincuenta años después, estas palabras de La democracia en América resuenan con una actualidad pasmosa; la religiosidad americana sigue despertando nuestro interés y, a la vista de algunos datos, seguimos sin acabar de entenderla. En marzo de 2007, una encuesta publicada por la prestigiosa revista Newsweek demostraba que el 91% de los estadounidenses afirma creer en Dios, mientras que sólo un 3% se atreve a declararse ateo. Por su parte, una encuesta de octubre de 2005 realizada por CBS News, intentando responder a la pregunta de si los americanos eran más partidarios del Creacionismo o de la Teoría de la Evolución de Darwin, constataba que sólo el 13% de los encuestados defendía el evolucionismo sin intervención divina. Para el 51% de la población, Dios había creado a la raza humana tal y como es en la actualidad, mientras que el 30% admitía un proceso de evolución humana, guiado –eso sí– por Dios. Son cifras –sin necesidad de comparación alguna– totalmente desproporcionadas: guarismos impropios de cualquier país occidental, de cualquier sociedad europea industrializada y modernizada en la que razón y fe han sido –desde la llegada del racionalismo ilustrado– y son, contextos antagónicos, realidades incompatibles. Esta aceptada disociación entre ciencia y religión, tan enraizada en otras partes, resulta sin embargo, difícilmente extrapolable al caso de los Estados Unidos, que una vez más y como sucede con tantas otras cosas que nos escandalizan (la libertad en la posesión de armas de fuego, por ejemplo), se nos muestra como una realidad extemporánea, como un país ajeno a la norma y orgulloso en su particularidad propia e irreducible, su excepcionalismo norteamericano.

De todo esto se derivan, más allá de los fríos datos de unas encuestas, unas consecuencias políticas de primer orden; si la religión inunda los Estados Unidos, impregnando todos los aspectos de la vida, la política, como uno más de ellos, no puede de ninguna forma escapar a su alcance. Más aún si cabe, cuando el sistema político americano –en el que los partidos son maquinarias gigantescas que el votante mira con mucha distancia–, favorece una política personalista, donde más que en ninguna otra democracia, se vota a la persona del candidato, por encima de su filiación partidista concreta. Esto hace que la biografía del aspirante, su carrera y su reputación en todos los órdenes de la vida, sea su más preciado –y a veces casi único– aval, su mejor y más sincera carta de presentación ante el electorado. En este sentido, huelga decir que la fe personal y la religión del candidato son, además de un rasgo que favorece la identificación o el distanciamiento del votante, un dato muy a tener en cuenta, una cuestión esencial y prioritaria a la hora de decidir en manos de quién se dejará el destino de todo un país. Una excelente prueba de esta vital importancia concedida a la fe y la moral de los presidenciables, la pudimos ver el pasado 16 de agosto, cuando Obama y McCain coincidieron por primera vez durante la campaña juntos en un acto para participar en un debate moderado por el conocido e influyente pastor evangélico, Rick Warren, quien interrogó a ambos candidatos sobre cuestiones tan variadas como el matrimonio homosexual, el aborto o la existencia del demonio. Este mismo propósito de acercar al público la visión teológica de un candidato, es el que ha movido a Stephen Mansfield a publicar –tras el enorme éxito de su libro La fe de George W.Bush, que estuvo quince semanas en la lista de best-sellers de The New York Times– una monografía destinada a acercarnos a uno de los aspectos de la personalidad de Obama que más han llamado la atención: su peculiar cosmovisión religiosa.

Consciente de lo que se juega, Obama supo advertir desde un inicio la importancia del voto evangélico y protestante del sur, instando al movimiento progresista a abandonar su lado antirreligioso y a hacer un esfuerzo por encontrar puntos en común con la gente de fe, no sólo cristiana, sino también judía, musulmana o de cualquier otra creencia.

La fe de Barack Obama es en parte una biografía espiritual de Obama, un recorrido por los principales hitos de su trayectoria dentro y fuera de la Iglesia, aquellos que han forjado esa personalísima fe que le caracteriza. Pero al margen de este aspecto más íntimo, es también un ensayo sobre la importancia de la fe en la política americana y sobre el uso que hacen de ella los grandes partidos. El apoyo y la influencia recíproca entre los partidos y las diferentes iglesias americanas ha sido una constante a lo largo de la historia electoral americana, en la que el voto por razones religiosas o morales siempre ha estado presente. Reverendos y pastores de diferentes credos han avivado el debate generando opinión y canalizando los objetivos de auténticos lobbies organizados. En este sentido, ha sido el Partido Republicano quien más y mejor ha sabido aprovecharse de este impulso. Ya desde el mandato de Ronald Reagan, el nacimiento de un potente movimiento neoconservador ha tenido como uno de sus más fieles bastiones a una vigorosa Derecha Religiosa, formada por una coalición de grupos de interés que han llegado a asesorar al presidente sobre diferentes materias, como hemos podido comprobar en estos últimos años de la Administración Bush. Por su parte, el Partido Demócrata ha intentando durante las últimas décadas mantener en lo posible esa separación de poderes entre Iglesia y Estado que proponía Kennedy, para evitar una excesiva injerencia de la religión en la vida pública.

Esta tradicional y aceptada división entre Derecha Religiosa e Izquierda secular es la que, según Mansfield, se ha visto amenazada en estas elecciones de 2008. El responsable de trastornar este orden no ha sido otro que Barack Obama, el candidato demócrata que con su discurso de fe y esperanza, ha tratado de superar estas diferencias, demostrando que en los Estados Unidos, también existe una Izquierda Religiosa que quiere tener su propia voz. Consciente de lo que se juega, Obama supo advertir desde un inicio la importancia del voto evangélico y protestante del sur, instando al movimiento progresista a abandonar su lado antirreligioso y a hacer un esfuerzo por encontrar puntos en común con la gente de fe, no sólo cristiana, sino también judía, musulmana o de cualquier otra creencia. Con esto quiere evitar Obama lo que ha ocurrido en los últimos años: que el voto protestante ha sido prácticamente patrimonio exclusivo de los republicanos. Eso supondría una derrota segura para los demócratas, como ya le ocurrió a John Kerry en 2004.

Dice Mansfield, a mi juicio con mucha razón, que Obama ha encontrado la fórmula, el camino perfecto para presentarse a sí mismo como un compendio de todo lo americano, como una versión actualizada del sueño americano, adaptada a los tiempos difíciles que atraviesa un mundo incierto y acomodada a los intereses y temores de las jóvenes generaciones.

Como biografía espiritual, La fe de Barack Obama se centra sobre todo en tres aspectos fundamentales. Dos de ellos –la relación de Obama con la religión durante su infancia y su conversión a la fe cristiana– han sido profusamente descritos por el propio Obama en sus dos libros de memorias, tanto en Sueños de mi padre (1995) como en La audacia de la esperanza (2006), donde encontramos un capítulo dedicado precisamente a la Fe. Respecto al primer tema señala acertadamente Mansfield que, de asumir la presidencia en 2009, Obama sería el primer presidente estadounidense criado en un hogar no cristiano. Con un padre y un padrastro ateos, su única educación religiosa la recibió de parte de su madre, mujer que no profesaba ninguna fe específica, pero que le transmitió una visión religiosa propia de un antropólogo, despertando el interés del joven Obama por todas las religiones (cristiana, musulmana, budista, hinduista) e inculcando en él un espíritu crítico y relativista alejado de cualquier dogma. Este escepticismo de juventud hizo que Obama tardara mucho en aceptar formar parte de una Iglesia. Fue solo a partir de 1985 y mientras Obama trabajaba en Chicago con el Proyecto de Comunidades en Desarrollo, cuando empezó a asistir a la Iglesia de Cristo de la Trinidad Unida, una Iglesia afroamericana muy comprometida con los valores sociales y morales que él defendía. Ahora bien, en La audacia de la esperanza, Obama ya dejó claro que su llegada a esta iglesia fue más por sentido de pertenencia y necesidad de sentirse miembro de una comunidad que por convicción absoluta o por iluminación súbita; sus dudas y su escepticismo no desaparecieron porque para él la fe es siempre una actitud crítica, no de certeza absoluta: “Al comprender que el compromiso religioso no exigía que dejara de pensar de forma crítica ni que me desentendiera de la batalla por la justicia social y económica ni que me retirara del mundo de ninguna otra forma, pude caminar un día por el pasillo central de la Trinity United Church of Christ para ser bautizado. Fue una elección, no una epifanía, y las preguntas que tenía no desaparecieron por arte de magia” (p. 222).

El tercer aspecto importante es quizá el más controvertido e impugnado: la relación de Obama con el polémico e histriónico reverendo, Jeremiah A.Wright. Jr. Mansfield dedica varias páginas de su libro a describir la relación de afecto y admiración mutua que Obama ha mantenido con el pastor afroamericano durante todos estos años en los que Wright ha actuado como un auténtico padre espiritual para Obama, como el hombre que ha canalizado su fe y su deseo de transformar la sociedad. Con el inicio de la carrera presidencial de Obama, el reverendo no tardó en mostrarle su apoyo y reclamar el voto negro para el que había sido su “ahijado”. Sin embargo, la relación entre los dos ha dado un giro radical en los últimos meses, cuando algunos medios conservadores como la cadena de televisión Fox News rescataron algunas opiniones provocadoras vertidas por el reverendo Wright en sus multitudinarios e incendiarios sermones. En estos videos –que han hecho furor en Youtube– se despachaba el mentor de Obama con proclamas del tipo “Dios maldiga a América” (en alusión al popular lema “God bless America”), hablaba de los U.S.K.K.K.A. (los Estados Unidos del Ku Klux Klan de América) y maldecía al país entero por su racismo, declarando que el SIDA era una arma inventada por el gobierno estadounidense para atacar a los negros y que los hechos del 11 de septiembre de 2001 eran un castigo por los pecados nacionales de los estadounidenses. Evidentemente, esto provocó un sonado escándalo en el país de las barras y estrellas y estuvo a punto de acabar con la candidatura de un Barack Obama, a quien todos miraban ya con lupa por aquel entonces. El propio Obama tuvo que dar un paso al frente y, pese a que intentó distanciarse del reverendo Wright sin avivar la disputa, no tuvo más remedio que romper definitivamente su relación ante una situación que ya no admitía disculpas posibles y podía costarle un precio político muy alto como reconoce Mansfield: “Llegó la separación, seguramente, porque Obama pudo ver que sus oponentes republicanos vendrían por él y que harían de su asociación con la Iglesia de la Trinidad y Wright el punto de partida para un ataque de la derecha” (p. 67).

Resulta un libro totalmente pertinente y oportuno porque, por mínimo que sea el conocimiento que de los valores americanos tenga el lector, nadie se atreverá a decir que la religión y su influencia en la política estadounidense son temas menores o intrascendentes.

Pero más allá de estos episodios personales en la vida de Obama, más o menos conocidos, en La fe de Barack Obama trata Stephen Mansfield de responder a una serie de interrogantes: ¿Por qué ha conectado Obama tan bien con el público americano y con los valores de una sociedad desencantada con la política de Bush?, ¿Qué características de su fe personal han hecho que muchos jóvenes hayan visto en él a un auténtico Mesías, al portador de un mensaje de cambio y esperanza? La respuesta la da Mansfield en algunas páginas de su libro muy interesantes e ilustrativas. Dice Mansfield, a mi juicio con mucha razón, que Obama ha encontrado la fórmula, el camino perfecto para presentarse a sí mismo como un compendio de todo lo americano, como una versión actualizada del sueño americano, adaptada a los tiempos difíciles que atraviesa un mundo incierto y acomodada a los intereses y temores de las jóvenes generaciones. “En una generación sin padres y sin ligaduras –dice Mansfield–, Obama suele aparecer como representante de la raza humana en general, a lo largo de una historia heroica que tiene que ver con la búsqueda espiritual. Los estadounidenses como pueblo nacido a partir de una visión religiosa encuentran en Obama al menos un compañero de viaje, y a lo más a un hombre a la vanguardia de una nueva era de la espiritualidad estadounidense” (p. XX). Esa identificación tan clara que vemos en los mítines de Obama por todo el país, esa empatía que muestran los jóvenes americanos con el senador demócrata cuando le corean y le aclaman al grito del célebre “Yes, we can”, obedece según Mansfield a un cambio mayor en la concepción de la religión por parte de las nuevas generaciones de americanos. Son los actuales para los americanos, tiempos que –como decía Dylan– representan un cambio, un giro posmoderno en la forma de entender la espiritualidad y la fe personal por parte de los jóvenes: “En términos religiosos la mayoría de los jóvenes estadounidenses son postmodernos, lo cual significa que para ellos la fe es como el jazz: informal, ecléctica y a menudo sin un tema. […] Por eso, cuando Obama habla de cuestionar ciertos principios de su fe cristiana o de la importancia de la duda en la religión, o de su respeto por las religiones no cristianas, la mayoría de los jóvenes se identifican con él al instante, y adoptan la fe no tradicional suya como base de sus preferencias políticas por la Izquierda, y las de ellos” (p. XVII).

Esta religiosidad tan laxa que comparte Obama con muchos de sus conciudadanos ha sido fuertemente criticada por los conservadores, que hablan de una religión civil descafeinada y superflua, un conjunto de creencias sobre la justicia social, sin ninguna base teológica sólida. Denuncia la Derecha Religiosa que, en su afán por preservar la independencia del poder político, Obama propone una subordinación de los valores religiosos tradicionales al imperio y el dominio de un Estado laico y una sociedad secularizada. Especialmente en el tema del aborto, cuestión espinosa y fundamental en la política estadounidense, Obama ha sufrido los ataques de los conservadores religiosos, que han criticado algunas decisiones que tomó cuando era senador en el Estado de Illinois y votó una ley que, según los medios conservadores, le situaba más a la izquierda que la propia NARAL (Liga Nacional de Acción por el Derecho al Aborto).

No es el libro de Stephen Mansfield un libro extraordinario, no es una monografía sublime, de esas que quedan como modelo a estudiar en las universidades. Es más pronto un libro coyuntural, publicado en un contexto determinado, intentando aprovechar los efectos de una obamanía que convierte en éxito todo lo que acompaña al nombre del candidato demócrata. Resulta sin embargo, un libro totalmente pertinente y oportuno porque, por mínimo que sea el conocimiento que de los valores americanos tenga el lector, nadie se atreverá a decir que la religión y su influencia en la política estadounidense son temas menores o intrascendentes. En este sentido, tiene La fe de Barack Obama el valor de ser un libro claro y conciso, que aporta información nueva a la imagen que se ha forjado de Obama cada uno de nosotros, un plus a añadir a lo que ya sabemos sobre la personalidad de este hombre sorprendente. Mansfield nos muestra a un Obama conciliador que trata de superar las diferencias partidistas para encontrar un término medio de acuerdo. Al igual que hicieron antes que él algunos de sus precursores como Kennedy o Clinton, Obama intenta encontrar en estos días previos a las elecciones presidenciales, una tercera vía de consenso, más allá de esa tradicional dicotomía entre Derecha Religiosa e Izquierda Secular, un atajo que le permita armonizar su política liberal basada en su particular fe religiosa, con el deseo de cambio de un país que, aún hoy todavía, mantiene su audacia y su esperanza.

Fuente: OjosDePapel.com /
jueves, 02 de octubre de 2008
Autor: Francisco Fuster

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sábado, 18 de abril de 2009

¿Cree tu pastor en Dios?: líder bautista denuncia el "suicidio de la iglesia" con pastores sin fe real en Dios

Albert Mohler, presidente del Seminario teológico de los Bautistas del Sur, ha publicado recientemente un artículo en el que da una visión representativa de lo que su denominación opina sobre las teologías protestantes liberales. Titulado “¿Cree tu pastor en Dios?”, el conferenciante y teólogo se muestra preocupado por la aparición de “ateos que predican desde el púlpito”.

Mohler empieza el artículo citando “un reciente reportaje desde Holanda”, que “apunta a una forma de locura teológica” que se estaría extendiendo. Describe el autor que autoridades eclesiales holandesas han decidido no tomar acciones contra un pastor que “abiertamente se considera ateo”.

Y finaliza defendiendo que “la iglesia tiene la responsabilidad de clarificar los temas y defender la fe”, porque “si no, no es iglesia”. Y concluye que mientras Holanda ha tenido repercusión internacional debido a que ha impulsado la eutanasia, ahora se estaría dando allí algo nuevo pero similar, “el suicidio de una iglesia”, en relación a casos como el de Klaas Hendrikse.

EL CASO HENDRIKSE

Mohler explica que Klaas Hendrikse, ministro en una Iglesia Protestante, ya en 2007 publicó un libro que fue descrito como un “manifiesto de un pastor ateo”. En él, Hendrikse argumenta a favor de la no existencia de Dios, aunque insiste que cree en él como un mero concepto.

El propio Hendrikse escribe que “la no existencia de Dios no es para mí un obstáculo sino una precondición para creer en Dios, es decir, soy un ateo que cree”. Más adelante dice que “Dios no es para mí un ser, sino una palabra para lo que puede suceder entre personas. Alguien por ejemplo, dice ‘no te abandonaré’, y eso convierte estas palabras en verdaderas. Sería perfecto llamar a esto, pues, Dios”.

ATEOS “EN EL ARMARIO”

Mohler, en el artículo, considera que “aunque este tipo de lenguaje teológico puede ser chocante, no es tan poco común”. El autor considera que existen teólogos cristianos que “en realidad pueden ser ateos o que no necesariamente creen que Dios exista”, pero que de alguna forma consideran que el “concepto de Dios puede ser útil” para el ser humano.

Más adelante, Mohler argumenta que “la mayoría de cristianos estarían muy afectados y escandalizados si supieran que su pastor es ateo, y que no sólo eso, sino que además tiene la intención de seguir siendo el pastor”. Pero en el “entorno doctrinalmente desarmado de muchas denominaciones, el trabajo de un pastor ateo no sólo es entendible, sino real”.

De alguna forma, explica Mohler, “Hendrikse es simplemente más abierto respecto a su ateismo de lo que lo son otros”. El autor sigue diciendo que “muchos protestantes de teología liberal creen que Dios es, finalmente, un concepto intelectual que puede dar sentido a la vida”, y “no un ser divino que es real, que tiene vida por si mismo, y que es soberano sobre todo lo creado”.

EL PROBLEMA: LA NO REACCIÓN

También es preocupante, para el representante bautista, que en el caso del pastor holandés, “ninguna de las dos denominaciones de las que forma parte Hendrikse le ha pedido su dimisión o ha empezado un proceso disciplinario”. Solo se anunció a los creyentes que “se abriría un debate sobre el sentido de las palabras (usadas por Hendrikse) que logre aclararlas”, y que sólo a partir de ese punto se plantearía cuáles podrían ser los siguientes pasos.

“Así es el mundo protestante de teología liberal”, concluye Mohler, una denominación cristiana “que no exige a sus pastores que crean en Dios es una denominación que ha llegado al punto más bajo en términos de demencia teológica”. Porque en realidad, “la autodestrucción teológica de la iglesia no empieza con un pastor que no cree en Dios”, sino “con la negación de una doctrina aquí, y la negación de otra allá”.

Así, según una fuerte frase del autor, “la cobardía de los burócratas de la iglesia abre una puerta a cualquier tipo de aberración teológica, y así se llega finalmente, claro, a tener a un ateo en el púlpito”.


Fuente: ProtestanteDigital.com / AlbertMolher.com
Artículo original de Mohler “¿Cree tu pastor en Dios? / Does Your Pastor Believe in God"
Redacción: Joel Forster / ACPress.net

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miércoles, 15 de abril de 2009

Estupro en el obispado. Por Luis Agüero Wagner

Una escabrosa historia de encubrimiento a un farsante acabó en gran parte este lunes de pascuas, cuando el obispo Fernando Lugo reconoció públicamente ante las cámaras de televisión haber tenido relaciones con una jovencita de 16 años, Viviana Carrillo, en tiempos en que se desempeñaba como Obispo de San Pedro, abrió en Paraguay el debate que ya estaba instalado en otras latitudes: el de los escándalos aberrantes que de un tiempo atrás sacuden a la Iglesia Católica.

No está demás mencionar que la Iglesia Católica protege a estos delincuentes para defender su propia imagen en lugar de denunciarlos y expulsarlos para defender al resto de ciudadanos. La mayoría de los casos de pedofilia se han intentado resolver internamente, trasladando a los curas pederastas a otras parroquias y hablando con las familias para evitar las denuncias. Lejos está Paraguay de ser un caso aislado en Sudamérica. Estupro en el obispado. Por Luis Agüero Wagner

Un grave escándalo, de características y dimensiones similares al que estalló hace tres años en Estados Unidos, se instaló recientemente en los altares de la Iglesia Católica de Brasil. Entre ellos figura el sacerdote Félix Barbosa Carreiro, quien hace unas semanas fue detenido tras ser sorprendido en una orgía de droga y sexo con 4 adolescentes, y que acusó a “otros 12 padres” de incurrir en prácticas similares. Otro caso es del padre Alfieri Eduardo Bompani, de 45 años, quien grababa videos y escribía un diario donde daba cuenta de sus acciones.

El más repulsivo es el caso del padre Tarcisio Spricigo, que abusó de varios menores antes de ser arrestado por haber violado un pequeño de sólo cinco años de edad. En los documentos y pruebas del proceso contra el cura ha sido incluido un diario, que es una especie de “manual de pedofilia”, que incluye consejos como “jamás tener una relación con niños ricos”. El libro de Spricigo, que fue descubierto por casualidad por una monja que lo llevó a la Policía brasileña, también contiene “diez reglas para actuar y quedar impunes”.

“Llueven niños seguros y confiables que son sensuales y que mantienen un total secreto, que sienten la falta del padre y viven sólo con la madre (…) Soy un seductor, seguro y calmo. Basta aplicar las reglas y el chico caerá en mis manos y seremos felices para siempre”, anotó el religioso en su escalofriante “manual”.

La lista de casos de depravados y criminales ocultos bajo las sotanas se antoja interminable: En Chile, el religioso Jaime Low Cabeza, fue detenido por presunto estupro y abuso sexual contra menores. Los abusos que supuestamente afectaron a cinco menores -todos varones de entre 15 y 17 años- se habrían concretado cuando el religioso se desempeñaba en la pastoral juvenil de la parroquia.

En 2001, el religioso salesiano Carlos Larraín fue acusado de abusos contra una menor de nueve años en la época en que se desempeñaba como director del Colegio María Auxiliadora (entre 1997 y 1999). En abril de 2004, el sacerdote Víctor Hugo Carrera fue detenido en el Aeropuerto Internacional de Santiago, luego de permanecer tres años como prófugo de la justicia, pues fue acusado de abuso sexual contra un menor en 1999 en Punta Arenas.

Mientras en Paraguay el obispo Fernando Lugo reconoció haber cometido estupro siendo obispo, y niños sordomudos denunciaron haber sido violados por curas en Verona, en México denuncian que existen logias que protegen a estos criminales.

El cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera y el arzobispo de Los Angeles, Roger Mahony, habrían encubierto a un sacerdote mexicano acusado de varios casos de abuso sexual contra menores monaguillos bajo el paraguas de esta suerte de Odessa de pedófilos. La deportación por parte de las autoridades de la Santa Iglesia de Roma, con destino a Paraguay, de varios sacerdotes católicos acusados de haber abusado sexualmente de menores en todas las latitudes del orbe, aumenta las sospechas en cuanto al encubrimiento brindado a estos criminales. No hace mucho que en un ambiente caldeado laicos organizados y fieles católicos del Alto Paraná, a trescientos kilómetros de la capital del país, denunciaron que en su comunidad se habían refugiado en un seminario los padres Carlos Urrutigoity y Eric Ensey, acusados de abuso sexual en Estados Unidos.

Es demasiado casual que estos criminales se hayan refugiado en el Paraguay poco después del triunfo electoral del obispo Fernando Lugo, que se produjo en ancas de algunas de las más reaccionarias fuerzas atávicas de este Paraguay surrealista: el pensamiento mágico, la tradición autoritaria y el machismo con el cual fue denigrada una candidata mujer.

Para concluir esta descripción del Paraguay, podríamos tomar prestadas palabras publicadas en la Jornada de Oriente con la firma de Anamaría Ashwell, y solo cambiar la palabra México por Paraguay: “una oscurantista alianza masculina, mayormente de políticos y sacerdotes, han regresado el tiempo de México al Virreinato: han legislado para quitarle el derecho a la mujer sobre su cuerpo. Sacerdotes supuestamente célibes, abiertamente misóginos, muchos pedófilos y desconocedores absolutos de la condición fisiológica y social de las mujeres —y encima vestidos con faldas largas— representando valores culturales que para las mujeres caducaron con el Virreinato, apuntalaron el voto de políticos que decidió que las mujeres sólo tienen el derecho a estar preñadas.”


Fuente: LaNación.py
Autor: Luis Agüero Wagner, Escritor e investigador paraguayo, autor de "Las Banderas de Mitre" y "La increíble historia de Jorge W. Arbusto", "Fuego y ceniza de al memoria". Y coautor de "Historia de Paraguay 1", "Un Napoleón de Hojalata" y "Apocalipsis, Imperialismo ecológicos y ecoapocalipsis global".
Fotografía: montaje Menesez Filipov

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domingo, 5 de abril de 2009

El error Ratzinger se agiganta

Pocos confían ya en Benedicto XVI - Sus anacrónicas decisiones muestran un Papa rodeado de una curia inoperante e incapaz de conducir la maquinaria vaticana.

No se apaga el tam tam de los tambores. Tras su periplo africano y la encendida polémica sobre el sida y los preservativos, afirmar que Joseph Ratzinger es un papa cada vez más cuestionado es una obviedad. Fuera de la Iglesia, no cesan las críticas y los ataques. En Francia y Alemania, las encuestas entre católicos registran ya la palabra "dimisión", y Gobiernos, ciudadanos y ONG dejan ver su abierto descontento. Dentro del Vaticano, las cosas están igual. O peor. El Papa alemán fue elegido por los cardenales por su alta inteligencia. Pero, como dice el veterano vaticanista y escritor Giancarlo Zizola, "estos primeros cuatro años de papado sugieren que, por mucho que su inteligencia sea finísima, no le llega para gobernar la Iglesia".

"Ratzinger es un prisionero de la curia, vive en una especie de Aviñón en patria, alejado de los episcopados nacionales, sin más apoyo que el de su pequeña camarilla", explica Zizola, autor del libro Santità e potere. Dal Concilio a Benedetto XVI. El Vaticano visto dal interno. Filippo di Giacomo, sacerdote y periodista, 11 años de misionero en el Congo, hoy juez vicario en Roma, cree que la crisis que vive el Vaticano "refleja una enfermedad crónica desde hace siete siglos: su sistema de Gobierno no funciona ni es colegial". "La curia moderna es una maquinaria gigantesca, inoperante e inútil. Hay 35 cardenales en Roma. Están divididos en grupos, enfrentados, y se dedican a conspirar y a cooptar afines por los pasillos", señala Di Giacomo.

Se trata de una batalla en toda regla, en la que los bandos se mezclan y se confunden. La revuelta estalló con el perdón a los obispos lefebvrianos. Un grupo amplio de obispos y teólogos moderados y conciliares (alemanes, franceses y latinoamericanos, sobre todo), hartos de no ser tenidos en cuenta, hizo ver su descontento al Papa. En respuesta, éste reprendió a la curia por no actuar de forma "colegiada y ejemplar".

Zizola recuerda que Wojtyla intentó obviar una fractura que ya existía a base de carisma y comunicación. Su papado creció con la televisión y se convirtió en una especie de Show de Truman, la primera encíclica catódica: le vimos envejecer, derribar el muro de Berlín, sufrir atentados, viajar, besar los suelos del planeta varias veces, agonizar en directo. Pero tampoco él fue capaz de reformar el sistema de gobierno. "Prefirió escaparse de Roma y tapar la crisis de la Iglesia y el vacío de gobierno", dice Zizola.

Mientras Wojtyla viajaba, Ratzinger estudia y escribe. Mucho más aislado y a la defensiva, el Papa soporta mal que le lleven la contraria. Su carta a los obispos reveló que le disgusta sobre todo el desamor, la intriga, "el odio y la hostilidad". Su texto dibuja a una curia conspiradora, que aspira a mandar tanto o más que él, que mueve los hilos en la sombra, que filtra noticias, escondiendo la mano, para hacerse valer. La peculiar sensibilidad de Ratzinger es una parte del problema. ¿Se trata de un "pastor alemán" como tituló Il Manifesto cuando fue nombrado, o "un cordero en medio de los lobos", según la expresión del Evangelio de Mateo?

Di Giacomo despachó con él a menudo cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe: "Le puedes decir cualquier cosa, siempre que no subas la voz. Si la elevabas medio tono, ponía su extraña sonrisa, cerraba el cuaderno y se marchaba. Delante de él no se puede ofender a nadie. Es un democristiano bávaro, y los democristianos bávaros son raros. Pueden tener ideas avanzadas, pero si los demás no les siguen, se asustan y frenan. Ratzinger es cualquier cosa menos un aventurero. Por eso se fue de la Universidad de Tubinga el día que se encontró a los estudiantes protestando tirados en el suelo. Es un monje, y nadie le ha dicho a tiempo que el mundo mediático no es un aula universitaria".

En un texto publicado por la revista religiosa Il Regno, Zizola ha recordado que en 1965 el obispo brasileño Helder Camara anunció al mundo durante el concilio la reforma de la monarquía pontificia, creando un senado compuesto por cardenales, patriarcas y obispos, elegidos por las conferencias episcopales, para ayudar al Papa en el gobierno y convocar cada 10 años un concilio ecuménico.

La reforma nunca se hizo. La curia, la corte púrpura, ese ente invisible y lujosamente vestido, cuyo poder sobrevive a los papas, jamás aceptó la democratización. Hoy, dentro de la curia, nadie se fía de nadie. Por un lado están los influyentes hombres "del servicio", como se autodenominan los diplomáticos de la secretaría de Estado que dirige Tarcisio Bertone, el único que despacha a diario con Ratzinger; por otro, los intelectuales orgánicos (periodistas, profesores, juristas, rectores...), unos papistas y muchos no; y luego está la variopinta macedonia cardenalicia y episcopal que dirige los dicasterios: nueve congregaciones, 11 consejos pontificios, tres tribunales, tres oficinas. "En los dicasterios están los casos piadosos", dice Filippo di Giacomo."Desde Pablo VI, el Papa que internacionalizó la curia y la llenó de excelencia con los mejores cerebros de ese tiempo, la decadencia del equipo de gobierno ha sido imparable. Wojtyla llegó a Roma en 1978 lleno de odio contra la curia, porque nadie escuchaba a los obispos del este de Europa, y se trajo a todos los fracasados, a los que no servían a las diócesis", cuenta Di Giacomo. "López Trujillo, Castrillón Hoyos, Martínez Somalo, Martino, Barragán, Milingo... Gente insignificante. Luego hizo obispo a su secretario, y le dijo: 'A estas bestias trátales tú".

¿Podrá este Papa más tímido aún apaciguar a ese rebaño de "gálatas que muerden y devoran"? Según Zizola, "el Papa trabajó durante el Concilio en la frontera de la renovación y sabe que el gran problema es la nula participación de los obispos en el gobierno de la Iglesia. Algunos cardenales recuerdan que los obispos eran consultados más a menudo en la época de Pío XII, antes del Concilio, que actualmente".

Cerca del Papa, coinciden Zizola y Di Giacomo, está el desierto. Cuatro monjas estadounidenses que dirigen el departamento informático y evitan que los hackers entren en la web. Su secretario, el guapo, alto y bávaro Georg Genswein, considerado un cero a la izquierda -"Es un cretino", afirma sin tapujos un miembro de la curia-. El portavoz, el amable jesuita Federico Lombardi, y sus dos ayudantes, que no dan abasto a apagar fuegos, y que según se dice serán sustituidos en junio.

Los hombres de confianza son aún menos. El cardenal alemán Lehman, que culpó del desastre Williamson a los mensajeros; Bertone, el secretario de Estado, que también dejará su sitio pronto por edad. Antonio Cañizares, prefecto de la estratégica, según la visión de Ratzinger, Congregación para el culto divino. Y el lituano Audrys Juozas Backis, que suena para sustituir a Bertone. Demasiado poco para un hombre de 81 años con una enorme carga de trabajo. "El grado de complejidad del cargo, con 1.100 millones de católicos, 6.000 obispos en activo, relaciones ecuménicas e interreligiosas, viajes, encíclicas, y relaciones de Estado, es insostenible para un hombre solo, inteligente como Ratzinger o carismático como Wojtyla", dice Zizola.

Por eso hay muchos obispos en guerra. Mientras Ratzinger salta de un pantano a otro, la iglesia moderada, progresista y conciliar no aguanta más. Según Zizola, el poder del Opus Dei, como en tiempos de Wojtyla y Navarro Valls, sigue siendo enorme. Di Giacomo no cree que sea tanto. Pero la máquina de enredar está en marcha. Con el perdón a los lefebvrianos, el Papa ha despreciado a las corrientes de signo opuesto, especialmente a la Teología de la Liberación, que él mismo frenó hace 25 años. Al fondo, se habla ya de un posible sustituto, el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Pero eso lo decidirá la curia.

Fuente: ElPaís.com
Autor: Miguel Mora / Roma

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