LOS PRIMEROS PAPAS /0-523 (Pág. 25-43)
Qué cosas más viles y crueles pueden hacer los hombres por el amor de Dios. W. Somerset Maugham
Para la Iglesia católica, los papas son los sucesores de aquel a quien, como los evangelios, el propio Jesús consideró como el primero de sus apóstoles. Según el evangelio de Mateo, sería el mismísimo Jesús quien le dice a Pedro: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos» (16, 18-19). De esta sencilla forma, Pedro sería elegido como el primer guía de la Iglesia, como la piedra sobre la que Jesús edifica su Iglesia y, por tanto, en una especie de primer papa de la historia 1. Clasificar a Pedro como primer papa en sentido estricto podría ser un error histórico, ya que la posición de este junto a Jesús estaría a un nivel distinto de una posición ministerial. Para los estudiosos, sería san Lino, el primer sumo pontífice romano.
Los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas coinciden en mencionar que Simón Pedro estaba casado cuando conoció a Jesús 2. Algunos escritos de la antigüedad coinciden también en que Pedro habitaba en Galilea con su esposa y su suegra. No es desacertado si afirmamos que fue el primer papa que llegó a practicar el sexo, al menos con su esposa. En los evangelios de Lucas y Mateo, Pedro afirma: «Hemos dejado todo —nuestros hogares incluso— para seguirte» (Mateo 19, 27 y Marcos 10, 28), a lo que Jesús responde:
Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.
Está claro, pues, que Pedro dijo abandonar su casa, pero no a su esposa 3. Es posible, incluso, que Pedro fuese también acompañado de sus hijos y que, tal vez, con alguno de ellos llegase a Roma. El cuerpo de santa Petronila, sepultado en Roma, es venerado como el de la hija de san Pedro. La primera noticia que se tiene de este hecho aparece en el Papiro copto de Berlín 8502,4 que forma parte, según el parecer de todos los expertos, de los antiguos Hechos de Pedro, apócrifos, compuestos antes del año 197 4. Más tarde, la leyenda llamará a esta hija Petronila (Hechos de Nereo y Aquiles 15). Todavía hoy se conserva en Monza un papiro de finales del siglo VI, escrito por un tal Juan, quien se llevó como reliquia un poco de aceite que alimentaba las lámparas ante el sepulcro de «santa Petronila, hija del apóstol san Pedro». Sobre el sarcófago aparecía esculpida esta inscripción: AVREAE PETRONILLAE FILIAE DVLCISSIMAE. Nadie dudaba que tal epígrafe era de puño y letra del apóstol, escrito como recuerdo a su queridísima hija 5.
Según la lista oficial de papas, el sucesor de Pedro sería Lino. Originario de Toscana, las fuentes más antiguas conocidas como Ireneo de Lyon o Eusebio de Cesarea, coinciden en afirmar que fue el propio apóstol Pedro quien nombró a Lino como su sucesor al obispado de Roma. Según parece, estaba casado y tenía dos hijas. A él se debe la disposición que obligaba a las mujeres a usar el velo durante las ceremonias litúrgicas. Poco más se sabe de este papa.
El siguiente en la lista sería Anacleto. Su nombre era Anenkletos, cuyo significado en griego era ‘irreprochable’. Algunos autores han llegado a pensar que realmente fueran dos personajes, Cleto y Anacleto. Este último nombre era muy corriente entre los esclavos. Cuando fue nombrado sucesor de Lino, se provocó entre los cristianos una gran polémica debido a que estaba casado 6. Algunas fuentes apuntan a que el papa Anacleto había criticado abiertamente los excesos del emperador —Domiciano organizaba batallas navales en las que los marineros eran jóvenes desnudos— y que estos comentarios habían llegado a sus oídos. También prohibió a las prostitutas el uso de literas, e instituyó la pena de muerte para las vestales que fueran descubiertas en cualquier tipo de relación sexual. Pero al contrario de estas medidas, el emperador era un absoluto libertino, amante de las fiestas sexuales a las que él mismo definía como luchas de cama 7. Le gustaba depilar a sus concubinas y pasaba largas horas en su cama dedicado a este menester. El escritor Dion Casio narra una anécdota interesante sobre este emperador:
Domiciano tenía un gran salón todo pintado de negro [...] por las noches los criados hacían pasar a los invitados a esta sala. Junto a cada uno de ellos se levantaba una lápida con el nombre del invitado.
Entonces hacían su entrada hermosos jóvenes y hermosas doncellas desnudos con el cuerpo también pintado de negro. A continuación traían la comida y la bebida para celebrar el llamado banquete de los muertos, todo ello servido en una vajilla negra. Los invitados temían ser ejecutados en cualquier momento. El salón permanecía en completo silencio y oscuridad y la única voz que se oía era la de Domiciano, que iba relatando como iba a matarlos a todos. Finalmente, los dejaba marchar. Una vez en sus casas el emperador enviaba uno de los bailarines con la lápida, que era de plata maciza como presente al aterrorizado invitado. El bailarín o bailarina, formaban parte también del obsequio 8.
Al parecer el papa Anacleto moriría mártir durante el reinado de Domiciano.
Clemente, cuarto obispo de Roma, se dice que fue en realidad el primer papa tras san Pedro, pero las fuentes no se ponen de acuerdo con respecto a este punto. Durante esta época, era bastante habitual que muchos jóvenes cristianos llegasen a castrarse para mantener el celibato y con el fin de no caer en la tentación. El propio emperador prohibió esta práctica, que se extendió hasta el emperador Adriano, quien llegó incluso a decretar la condena a muerte a todos aquellos que llevasen a cabo esta práctica. Tras su muerte, la figura de Clemente gozó de cierta fama, atribuyéndole algunas obras apócrifas y la primera colección de leyes canónicas.
Del siguiente papa del que se tienen noticias, que pudo estar casado, es de Higinio. Griego ateniense, había viajado a Roma junto a su familia, esposa y dos hijos para ejercer de profesor de filosofía de los hijos de las nobles familias. Poco más se sabe de él, salvo que fue elegido papa y gobernó hasta el año 142.
Los siguientes sumos pontífices se preocuparon más de afirmar y extender la nueva fe, que de la salud sexual de sus fieles y del clero.
Sobre el papa Sotero existen dos versiones muy distintas. La primera que era un pontífice enemigo del sexo, y la segunda, que era muy aficionado a las concubinas. Guiándonos por la primera versión, Sotero lanzó un documento papal contra Dionisio, el poderoso obispo de Corintio, acusándole de tener una actitud demasiado relajada en lo que al sexo se refiere. A sus oídos habían llegado noticias de orgías y bacanales organizadas por el propio obispo, donde tomaban parte jóvenes de ambos sexos ante la atenta y lujuriosa mirada de Dionisio y su círculo. Se hablaba de ceremonias en las que una joven virgen era entregada a diversos jóvenes en un dormitorio circular, con una gran cama y rodeada por una grada desde la que los altos cargos religiosos observaban la escena 9. Sobre la segunda versión —la afición del papa por las concubinas— se afirma que cuando fue elegido, se negó a repudiar a Priscilla y Maximilla, dos bellas jóvenes romanas que convivían con él y a las que Sotero otorgó el título de discípulas 10.
El papa Víctor I era también un fiel seguidor de las aficiones y tendencias de Dionisio y Sotero. Víctor fue realmente el primer pontífice en mantener estrechos vínculos con la casa imperial, durante el reinado del corrupto emperador Commodo. La relación entre Víctor y Commodo se realizaba a través de Marcia, la amante del emperador. Se cuenta que Marcia había sido abandonada en las calles de Roma nada más nacer, pero un cristiano llamado Jacinto la recogió y la crió en la fe del cristianismo. Lo que no se sabía era que el tal Jacinto tenía como negocio el recoger a niñas de las calles, las educaba y después las vendía a los prostíbulos de la ciudad. Cuando Marcia tenía doce años, fue vendida por una buena cantidad de dinero a un noble romano 11. Este formaba parte de una conspiración para acabar con la vida del emperador, un regicidio organizado por Lucila, la hermana de Commodo.
Cuando la conspiración salió a la luz, el emperador ordenó ejecutar a todos los miembros de la familia del noble, así como a sus esclavos, pero debido a la belleza de Marcia, la dejaron con vida y la enviaron al harén imperial. Durante los años siguientes, Marcia fue escalando posiciones dentro de las favoritas hasta llegar a presidir las orgías de palacio. Se dice que era incluso peor que Popea, la esposa de Nerón, o Mesalina, la esposa de Claudio. A la favorita del emperador le gustaba vestir con túnicas transparentes que dejaban ver sus formas, y con frecuencia mantenía encuentros con el papa Víctor, algo que llevó a los cronistas de la época a pensar en una relación sexual entre ambos personajes. Gracias a esta supuesta relación, el sumo pontífice consiguió entregar a la favorita de Commodo una larga lista con nombres de cristianos que habían sido condenados a trabajos forzados en las minas de Cerdeña. Marcia convenció al emperador para que estos fueran puestos en libertad y retornados a Roma. Durante los años siguientes, la joven continuó con su vida disoluta al lado de Commodo, hasta que el 31 de diciembre de 192 decidió envenenarle la comida. El emperador consiguió vomitar todo el veneno, por lo que Marcia decidió estrangularlo con la ayuda de un gladiador llamado Narcissus, con el que también compartía juegos de cama. Ella misma sería asesinada un año después por orden del entonces emperador, Didius Julianus 12.
Uno de los prisioneros que estaba condenado en Cerdeña, pero que el papa Víctor no quiso incluir en la lista, era un tal Callistus, el mismo que sería nombrado sumo pontífice bajo el nombre de Calixto I, en el año 217. Calixto tuvo que enfrentarse durante su pontificado con el antipapa Hipólito. Este había llegado desde Oriente. Había sido nombrado presbítero por el papa Víctor I. Discípulo de san Ireneo, se negaba a rendir su mente y conocimientos a otros religiosos mediocres como Ceferino, Calixto, Urbano o Ponciano. Una de las mayores críticas de Hipólito a Calixto I era la de haberse vuelto demasiado permisivo en lo que a sexo se refiere durante el reinado de Heliogábalo. Sin embargo, el papa Calixto era un hombre muy hábil para atraer al cristianismo a nuevos seguidores. Indultaba a religiosos acusados de delitos, ordenaba sacerdotes a hombres que habían estado casados, incluso en varias ocasiones; permitía que los religiosos pudieran contraer matrimonio y permitió, incluso, que algunos altos cargos de la curia permaneciesen en sus puestos tras comprobarse que durante la celebración de liturgias habían practicado sexo con algunas de las fieles Cuando el adulterio se castigaba en Roma con la muerte, él se dedicaba a extender documentos de perdón absolviendo a aquellos culpables de adulterio y fornicación a cambio de una severa penitencia 13.
La actitud permisiva de Calixto llevó a algunos miembros de la Iglesia a nombrar un papa mucho más severo. El escogido fue, por supuesto, Hipólito. Nada más ser elegido papa —antipapa— comenzó una larga campaña de acoso contra Calixto acusándolo de ser demasiado abierto con las mujeres.
Hipólito escribía:
Permite [Calixto I] que si las mujeres son solteras, pero arden en pasión en una edad que a todas luces no era apropiada, o si no estaban dispuestas a renunciar a su virtud mediante un matrimonio legal, pudieran ir a la cama con cualquier persona que ellas eligieran, fuera esclavo o libre, y aunque no estuvieran casadas legalmente, pudieran considerar a esa persona como esposo 14.
El papa Calixto también permitía a las mujeres libres casarse con esclavos, algo prohibido en la ley romana. Esta medida atrajo al cristianismo a muchas mujeres con alto rango en el Senado. Justo tras el asesinato del emperador Heliogábalo, el populacho se volvió contra la comunidad cristiana y contra el papa Calixto, a quien acusaba de haber sido un aliado silencioso del corrupto emperador. Calixto apresado junto con dos sacerdotes, serían ejecutados, arrojados por una ventana, apaleados y posteriormente, arrastrados. El cuerpo del papa Calixto sería apedreado antes de ser abandonado en las calles.
A Calixto I le sucedería Urbano I, que sería también asesinado el 19 de marzo del año 230. Su cuerpo abandonado, fue recogido por la madre del emperador y enterrado en el cementerio de San Calixto. Finalmente, Hipólito dejó de molestar a los sucesivos pontífices debido a que el emperador Maximino el Tracio, cansado de las disputas, decidió enviarlo a Cerdeña, donde murió.
Allí acabó también el papa Ponciano por orden del mismo emperador, tras someter a toda su administración a una purga de cristianos. La mayor parte de ellos serían ejecutados. Ponciano fallecería víctima de los castigos infligidos en el año 237.
En el año 236, Fabián asumiría la silla de Pedro como nuevo papa, bajo el reinado de Filipo el Árabe, considerado el primer emperador cristiano. Durante la mayor parte del pontificado de Fabián, la comunidad cristiana vivió en relativa calma, hasta que el papa comenzó a criticar abiertamente la falta de caridad de la comunidad cristiana, la soberbia y afán de riquezas del emperador y la licenciosa vida sexual de la comunidad. Mientras Fabián prohibía el matrimonio de cristianos con paganos, acusándolos de prostituir sus cuerpos cristianos, el emperador Filipo permitía tales actos, lo que le llevó a un enfrentamiento abierto con el pontífice.
La llegada al poder del emperador Decius trajo consigo nuevas persecuciones. Para el nuevo dirigente, los cristianos eran una secta peligrosa con la que había que acabar. Mediante un edicto imperial decretó la tortura, la confiscación de bienes, penas severas de prisión y, en algunos casos, la muerte 15. A los nobles y ricos de Roma que hasta ese momento eran cristianos, se les permitió rechazar la religión públicamente para salvarse de la quema y la persecución. Fabián fue condenado a muerte y ejecutado el 20 de enero de 250. Su severidad con respecto al sexo había provocado un grave daño en las relaciones Iglesia-Estado.
La cristiandad avanzaba a grandes pasos por toda Italia. Diocleciano se casó con una cristiana y protegió a la comunidad durante dieciocho años, hasta que Galerio, uno de sus consejeros, lo convenció de que el cristianismo era una secta peligrosa de fanáticos y que podrían poner en peligro la estabilidad del Imperio 16.
Sobre Silvestre se crearían durante la Edad Media diferentes leyendas, que en su mayor parte no han podido ser comprobadas. La más importante es la que relata el bautismo y la curación de la lepra al emperador Constantino por parte de este papa. Lo cierto es que fue un obispo cercano al arrianismo, y que negaba la divinidad de Jesucristo, quien llevó a cabo el bautismo. Silvestre, a cambio de perdonar los excesos sexuales del emperador, consiguió bastantes logros y propiedades para la Iglesia. A cambio del silencio papal, Constantino entregó a Silvestre oro, plata, joyas y propiedades, como el palacio de la familia Laterani, adonde se trasladaría la burocracia papal. Este papa intentó poner freno a los sacerdotes concubinarios prohibiéndoles, mediante un decreto, el segundo matrimonio a los religiosos. Pero para salvar el alma, los sacerdotes que estaban ya casados en segundas nupcias o cohabitando con una concubina, podían alcanzar el perdón a cambio de un escudo de oro que debían entregar al mismísimo papa. Silvestre decidió tomar también medidas contra las desviaciones sexuales. Por ejemplo, condenó la zoofilia en el Concilio de Ankara (314), algo que no era pecado hasta entonces y que era muy practicado en los lejanos rincones del Imperio.
Constantino abandonó Roma y trasladó su capital y su administración a Bizancio, que sería rebautizada con el nombre de Constantinopla. Aquello supuso un duro golpe para el poder de la Iglesia de Roma ante otras sedes. Tras su muerte en el 337, el poder del Imperio comenzó a ser motivo de disputa. Todos los parientes varones de Constantino fueron asesinados, menos tres de sus hijos. Luego, el menor mató al mayor, y cuando este también fue asesinado, Constante II, el segundo hijo, ocupó el trono. Durante esa época, las mujeres de familias nobles comenzaron a tener un poder sin igual en el Imperio, algo que disgustaba seriamente al papa Liberio. A pesar de ello, el emperador desterró al papa a Tracia (Bulgaria) y la silla de Pedro fue ocupada por el antipapa Félix II. Cuando el emperador visitó Roma en el mes de abril del 357, las nobles mujeres pidieron que Liberio regresase a Roma. De esta manera, y gracias a las mujeres, a las que criticaba por su creciente poder en la ciudad, pudo regresar de su exilio. Hasta la muerte de Félix en el 365, gobernó la Iglesia junto al papa Liberio.
Cuando el papa falleció el 24 de septiembre de 366, Ursino, un diácono muy próximo al pontífice fallecido fue elegido nuevo dirigente de la Iglesia, pero Dámaso, romano e hijo de un sacerdote español, no estaba muy de acuerdo con esa elección 17. Contrató un pequeño ejército de matones entre los bajos fondos de Roma, y los lanzó contra los seguidores de Ursino. Las revueltas y disturbios se extendieron por toda la ciudad entre los partidarios de Ursino y los de Dámaso, con decenas de muertos en ambos lados. Durante tres días, el Tíber dejaba a su paso por los puentes cadáveres flotando, víctimas de la disputa.
El 1 de octubre de 366, los asesinos de Dámaso consiguieron hacerse con el control de San Juan de Letrán y de Santa María la Mayor, y así expulsaron de Roma a Ursino y a sus seguidores. Los partidarios de Dámaso acabaron con la vida de ciento treinta y siete fieles a Ursino. El derramamiento de sangre finalizó cuando el prefecto Praetextus tomó, con la ayuda de tropas, cartas en el asunto y expulsó de la ciudad a los seguidores de Ursino que aún controlaban algunas de las iglesias. De esta forma acababa la lucha y Dámaso pudo ser coronado nuevo sucesor de san Pedro. Antes tuvo que renunciar a su esposa y a los tres hijos que tuvo con esta. El nuevo pontífice afirmaba que un obispo o sacerdote debía mostrar que anteponía su paternidad espiritual a su paternidad carnal.
Desde el mismo momento en el que Dámaso fue coronado, este hombre brillante, culto, autor de célebres epitafios, aristócrata y acostumbrado al trato con la gentes tendría un gran éxito entre lo que se podría llamar la alta sociedad romana. Consciente de ello, se valía audazmente de su simpatía para obtener, de sus admiradores, sustanciosos donativos y de sus admiradoras, noches de pasión y entrega carnal. El historiador de la época, Ammiano Marcelino, no se sorprendía al observar las violentas y sangrientas reacciones de los hombres con tal de hacerse con el poder papal. Escribía entonces:
No es extraño que para obtener un premio tan importante como es el obispado de Roma, los hombres compitan con tanto ímpetu y obstinación. Recibir los espléndidos donativos de las principales mujeres de la ciudad; viajar en carrozas majestuosas y vestido espléndidamente; sentarse ante una mesa más abundante y lujosa que una mesa imperial: estas son las recompensas de una ambición triunfante.
Dámaso organizaba grandes banquetes para agasajar a sus poderosos invitados e incluso se dejaba querer por la esposa de algún noble, cuyo marido deseaba ascender en el círculo eclesiástico. Un cronista de la época escribía:
Después de la actuación de bellas bailarinas, traían un gran cerdo en una bandeja de plata con relleno exquisito. Tordos, patos, currucas asadas, y huevos, ostras y veneras bañadas en puré de guisantes.
Estaba ya claro que en esa época, el papado era un gran poder y el papa, su mejor representante. El entonces secretario papal, san Jerónimo de Estridón, un verdadero creyente y asceta, recomendaba a las nobles mujeres de Roma y en particular a sus jóvenes hijas, el mantenerse alejadas de la Roma papal. San Jerónimo criticaba abiertamente al papa Dámaso por rodearse de una corte de jóvenes sacerdotes imberbes, que llegaban a controlar el clero y a monjas, vírgenes profesionales, viudas y mujeres cristianas de haberse pervertido al poder del papa 18. Muchos sacerdotes cercanos al sumo pontífice, aceptaban el no casarse sin rechistar, pero en sus casas, se rodeaban de bellas esclavas y pasaban la mayor parte de su vida eclesiástica rodeados de mujeres. En una carta escrita a una mujer llamada Eustochium, Jerónimo le aconseja que se alejase de los seguidores del papa Dámaso si quería seguir manteniendo su pureza de espíritu. También acusa a las viudas cristianas de depender demasiado del alcohol y de las plantas alucinógenas, así como de participar en fiestas del amor, en el interior de las iglesias y templos cristianos. Durante los dieciocho años que gobernó la Iglesia, Dámaso permitió a los jóvenes convertirse en sacerdotes. De esta forma se les dejó el acceso libre a conventos y a las residencias, en las que se protegiese a alguna joven virginal. Jerónimo advertía de estos, escribiendo:
Llevan [los jóvenes religiosos] cabello rizado, anillos en los dedos, túnicas perfumadas y pasan la mayor parte de su tiempo visitando a viudas y jóvenes solteras. Deberían considerar a estos, como esposos o amantes y no como sacerdotes al servicio de Dios y la Iglesia.
Como clara recomendación a las mujeres para mantener intacta su virginidad y castidad, san Jerónimo decía:
Nunca se quede sola, una dama romana, con un sacerdote. Si llega esta situación debería decir que necesita salir para orinar o evacuar. [...] Nunca entres a sus casas ni permanezcas sola en su compañía. [...] Esquiva a los monjes que caminan descalzos y a las monjas que usan ropa desaliñada. Ayunan durante el día, pero durante la noche se atiborran hasta el vómito 19.
Lo más curioso del caso es que el papa Dámaso estaba públicamente de acuerdo con lo expresado por su secretario, pero en la oscuridad de sus estancias el mensaje quedaba silenciado por los quejidos de sus amantes. Los seguidores de Ursino seguían intentando manchar el nombre del papa. Para ello, en el año 378 utilizaron a un judío converso llamado Isaac, quien atestiguó que Dámaso antes de ser elegido papa, había sido visto cometiendo actos sexuales con su hija de catorce años. Otro llegó a denunciar en público al pontífice acusándolo de haber cometido actos de bestialismo con una cabra y de haber cometido adulterio. Un sínodo de cuarenta y cuatro obispos se dispusieron a juzgar a Dámaso por adulterio. Los obispos no tenían la menor duda de la culpabilidad del papa y estuvieron a punto de condenarlo y deponerlo, hasta que el emperador decidió intervenir. El papa Dámaso no solo fue exonerado por el emperador y perdonado por los obispos, sino que incluso llegó a ser canonizado, en parte por el hecho de haber convertido al cristianismo al emperador Teodosio I, quien adoptó esta religión como la oficial del Imperio. Antes de morir, en el 384, Dámaso tuvo tiempo de redactar un tratado sobre la virginidad. Estaba claro que la Iglesia en el camino de la santidad, podía pasar por alto el adulterio, incluso si este era llevado a cabo con una menor, si se conseguía convertir a un pagano y mucho más, si este pagano era todo un emperador.
Su sucesor fue Siricio. Nacido en Roma, el nuevo papa había estado al servicio de Liberio y Dámaso, y a ambos criticaba abiertamente por su liberalismo en cuestiones de sexo. La primera medida que adoptó fue obligar a los sacerdotes a abandonar las nobles camas de Roma, y se indignó cuando supo que los religiosos españoles continuaban gozando de sus esposas legalmente. En esta época y hasta el siglo III, solo se exigía castidad a los monjes, pero no a los sacerdotes, quienes podían estar casados legalmente 20. Una carta de Himerio, obispo de Tarragona, puso en alerta al papa tras informarle de que una gran parte del clero español continuaba viviendo con sus esposas o amantes y que estaban manchados por el sexo. «Aquellos que permanecen en la carne no pueden ser aceptables ante Dios», llegó a decir el sumo pontífice. Sin embargo, los españoles preferían continuar con su vida marital enfrentándose a la ira de Dios y a la de Siricio. Roma les dio una opción: «Si abandonaban a sus esposas y pedían clemencia, serían perdonados, pero nunca promocionados». Ni así consiguió el papa llevar por el buen camino a los religiosos españoles. Para ascender en el escalafón eclesiástico, por ejemplo, de sacerdote a obispo, se exigía el celibato 21. Siricio era un gran rigorista en cuanto al celibato, aunque defendía que el matrimonio era bueno, porque ello proporcionaba vírgenes para la Iglesia y los conventos.
Además de san Jerónimo, otro defensor de la moralidad sexual de la época sería san Agustín. Fue en realidad este santo quien dio comienzo las largas polémicas de la Iglesia contra los anticonceptivos, a los que él denominaba como venenos de esterilidad. Durante los oficios dominicales, san Agustín no se cansaba de repetir a las nobles que quien usase estas sustancias del diablo, se convertía en una ramera de sus maridos 22. Este buen santo, amigo de la moralidad, sabía de todo esto por experiencia propia, ya que cuando era joven había visitado a prostitutas; con dieciocho era ya padre de un hijo y durante once años convivió con una mujer sin estar casado y tuvo una amante mientras esperaba que la elegida para ser su esposa tuviera edad suficiente para contraer matrimonio. El propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de juventud en sus Confesiones. En ella escribe: «Yo estaba enamorado del amor. Como el agua, yo hervía, enardecido por mis fornicaciones». Está claro que cuando a la edad de treinta años, se convierte al cristianismo, san Agustín mantiene un gran sentido de culpabilidad hasta el final de sus días, debido a la huella dejada por el sexo durante su alocada juventud. En su Soliloquios, escribe: «Nada es más poderoso para bajar el espíritu del hombre, que las caricias de una mujer, y las relaciones sexuales que forman parte del matrimonio». Pero en esta misma obra, el antiguo pecador, y ahora santo, hace una feroz crítica a la homosexualidad cuando dice:
Creo que has atinado en la explicación que yo quería. Y esta es la razón por la que se consideran abominables y execrables e incapaces de testar los hombres que se visten de mujeres, a quienes no sé si llamarlos falsas mujeres o más bien hombres falsos. Pero podemos llamarlos verdaderos histriones y verdaderos infames, o si son ocultos —pues todo lo infame se relaciona con la fama—, justamente los llamaremos verdaderos viciosos.
En la misma obra, y casi como sentencia firme contra el matrimonio, san Agustín alega:
Por muy bien que me la pintes, enjoyándola de mil prendas, nada tan lejos de mi propósito como la vida conyugal, pues siento que nada derriba la fortaleza viril tanto como los halagos femeninos y aquel contacto corporal sin el que no se puede tener esposa. Y si al oficio del sabio incumbe la formación de los hijos —cosa que no he averiguado todavía—, y con este fin solamente busca el blando yugo, eso me parece cosa de admirar, pero no de imitar. Hay más peligro en intentarlo que dicha en lograrlo. Por lo cual, mirando por la libertad de mi espíritu, justa y útilmente me he impuesto no desear, no buscar, no tomar mujer 23.
El santo terminó sus días sin dejar siquiera quedarse a solas con su hermana para que no les invadiese la lujuria.
El siguiente papa sería Anastasio, que tuvo un hijo con una noble romana y que con los años llegaría a ocupar como su padre, la silla de Pedro. Este sería Inocencio I. Anastasio había nacido en Roma dentro de una familia acomodada. Durante sus años como joven sacerdote conoció a la hija de un rico comerciante de Cartago con la que mantuvo relaciones y con la que tuvo un hijo, al que pusieron de nombre Inocencio. En el breve período de tiempo en el que Anastasio fue papa, continuó viviendo con el mismo lujo con el que lo había hecho desde joven, y algunas fuentes señalan que incluso rodeado de esclavas. Durante los dos años de pontificado de su padre, el hijo de Anastasio no solo fue colmado de honores eclesiásticos, sino que también fue preparado a conciencia para convertirse en su sucesor, como así ocurriría en el año 401. Los historiadores coinciden en afirmar que Inocencio I fue realmente el primer pontífice que estableció la supremacía absoluta de Roma ante las otras Iglesias. Esto ha hecho también el que Inocencio I sea declarado como el primer papa de la historia.
El acontecimiento más trágico que Inocencio tuvo que vivir durante su pontificado sería el asalto y saqueo de Roma por parte de las hordas visigodas al mando de Alarico, en el 410. Los bárbaros no solo entraron a sangre y fuego en la ciudad, sino que a su paso destruyeron gran parte de las iglesias de Roma y se dedicaron durante días al pillaje y a la violación de mujeres cristianas y monjas. Muchas de ellas fueron trasladadas a burdeles para saciar a las tropas bárbaras. Mientras todo esto sucedía, el buen papa, protector de los cristianos, decidió buscar refugio en Rávena junto a la corrupta corte del emperador Honorio. Allí, Honorio e Inocencio, se dedicaron a
pasar sus días de asueto acompañados de jovencitas hasta que el orden fuese restaurado en Roma 24. Inocencio I fallecería el 12 de marzo de 417, siendo canonizado años después al igual que su padre, Anastasio.
Con Sixto III llegaría el escándalo. Romano de nacimiento, pertenecía también a una noble familia. Aficionado a las mujeres jóvenes, Sixto III sería acusado de haber violado a una religiosa durante una visita de este a un cercano convento de Roma. Al parecer, el papa se encontraba orando en una pequeña capilla, cuando pidió asistencia de dos novicias para la misa. Mientras se preparaba, agarró por la fuerza a una de ellas y la violó. La segunda pudo escapar y denunciar el abuso. Un grupo de obispos decidió organizar una especie de tribunal con el fin de deponer al corrupto papa, pero Sixto se defendió ante sus acusadores utilizando el relato bíblico de la mujer que fue sorprendida en adulterio. Esto podría interpretarse como una clara confesión, pero los altos miembros eclesiásticos que estaban allí reunidos para condenar al violador papa no se atrevieron a arrojar la primera piedra y así se cerró el incómodo asunto. Sixto III sería canonizado después de su muerte.
La llegada al trono de Pedro de León I tampoco trajo consigo la decencia a la Iglesia. El nuevo papa se convirtió en un verdadero experto en la utilización del sexo como medio de alcanzar sus intereses. Fue testigo de muchas de las orgías del emperador Valentiniano III, muy aficionado a las bacanales, a las que gustaba invitar a altos miembros de la Iglesia. Incluso el papa León fue testigo de muchas de ellas, y, aunque miraba, procuraba no caer en la tentación. Una de las más fieles aliadas del papa León I en la corte imperial era Galla Placidia, madre del emperador y antigua amante del papa Bonifacio I. Esta incitaba a Valentiniano a los excesos, mientras se dedicaba, con la ayuda de León I, a manejar los resortes del poder. Así se cuenta la historia y, como una pieza de dominó, la caída del Imperio romano comenzaría con un simple coito y posterior embarazo no deseado. Galla Placidia, en su afán por agradar a León I, le donó nada más y nada menos que la virginidad de su hija de catorce años. La sorpresa fue mayor cuando se descubrió que esta estaba embarazada, así que con el apoyo del papa, la adolescente fue enviada a un convento de por vida. La joven pudo enviar un mensaje a Atila, rey de los hunos, prometiéndole la mitad de Italia como dote, si tenía a bien lanzar sus hordas sobre Roma y rescatarla del convento. Atila aceptó la propuesta, pero cuando llegó a las puertas de Roma, sus tropas estaban exhaustas y enfermas debido a las múltiples batallas que habían llevado a cabo hasta su llegada a Roma. El papa León decidió salir al encuentro de Atila. La entrevista entre el sucesor de Pedro y el azote de Dios venido de la estepa tuvo lugar en Mantua el 6 de julio. No se sabe lo que hablaron entre ellos, pero lo cierto es que Atila decidió retirarse a Panonia, donde encontraría la muerte ese mismo invierno 25. El papa fue considerado entonces el gran salvador de Roma, siendo recibido por el emperador como un auténtico héroe. Sobre la muerte de Valentiniano III en el 455 existen diferentes versiones. Una de ellas es que el asesinato del emperador fue orquestado por su propia esposa, Licinia Eudoxia, y el papa León I.
Lo cierto es que el nuevo emperador Petronio Máximo intentó forzar a Licinia a contraer matrimonio con él para fortalecer su dignidad imperial, pero en lugar de ello, pidió ayuda a Genserico, rey de los vándalos, que acababa de conquistar Sicilia 26. El pueblo de Roma pidió a León I que persuadiese a Genserico para que no arrasase la ciudad. Lo único que consiguió el papa fue convencer al rey vándalo el que prohibiese la violación de mujeres durante el saqueo de la ciudad. Finalmente, Licinia Eudoxia y su hija, Placidia fueron enviadas a África en un navío vándalo. Allí permanecieron cautivas hasta que fueron puestas en libertad siete años después. León I, al que después se definió como Magno, era un hombre polémico. Era muy estricto y radical con respecto a la virginidad de la mujer. Por ejemplo, obligaba a la mujer, mediante decreto, a mantener intacta su virginidad durante sesenta años para poder tomar los hábitos y convertirse en monja, mientras que por el otro, permitió a los obispos más cercanos a él, conservar a sus esposas con la condición de que las tratasen como hermanas. Difícil trato si se acostaban con ellas. A este papa se le podría también acusar de practicar el voyeurismo. Cuando ordenó perseguir el maniqueísmo, una secta pagana, pidió a sus seguidores que le permitiesen observar las torturas a las que eran sometidos los herejes. El tema era que solo asistía cuando el hereje en cuestión era alguna joven de cuerpo esbelto. Al buen papa León le gustaba exigir a las desdichadas, mientras él mismo las fustigaba en las nalgas, que reconociesen el consumo de semen en sus ritos. Su explicación cuando fue acusado de sadismo, sería que «el papa es el único que tiene el derecho a matar herejes» 27. Este pontífice acabaría canonizado por sus buenas obras y por torturar herejes.
En el año 483, llegaría al papado Félix II. Noble romano, era hijo de un sacerdote y, al igual que su padre, era bastante enemigo del celibato. Cuando fue elegido, Félix II era viudo y tenía dos hijos de aquel matrimonio. Con este papa, amante de las bacanales y de las jóvenes esclavas, sucedería uno de los primeros cismas 28.
Hijo de cura como muchos de los anteriores pontífices, Anastasio II fue el primero en ir solo al baño. El escritor Rafaele Volaterrano lo describe así: «[...] vaciaba sus propias entrañas en el inodoro». En aquella época, los sumos pontífices se habían vuelto tan exquisitos e imperiales, que acudían a hacer sus necesidades acompañados por el llamado caballero de baño, cuya labor era ayudarles a evacuar, limpiar la parte trasera papal y deshacerse de los santos y sagrados desechos.
Durante su pontificado, de tan solo dos años, varios presbíteros suspendieron la comunión con su obispo, alegando que este representaba a un papa —Anastasio II— que había perdido la fe. Antes de que todo estallase en Roma, Anastasio II murió repentinamente. Algunas fuentes aseguran que de un infarto; otras, que murió tras darse un gran banquete, y una tercera, que murió el 19 de noviembre de 498, cuando se encontraba en plena faena con una esclava en el palacio Lateranense. Fuera como fuera la forma de morir, ya sea realidad o ficción, el gran Dante Alighieri colocó a Anastasio II en el Infierno (XI, 6-9) de su Divina comedia, junto a los herejes.
Tres días después de su muerte ya había un nuevo sucesor de Pedro en el trono. Simmaco, corso de nacimiento, era pagano, aun que después se convirtió al cristianismo. Accedió al trono gracias a que el rey Teodorico, quien poseía la autoridad, tomó partido por él. En el año 500, Teodorico visitó Roma y fue recibido con gran pompa por el papa Simmaco. Los nobles romanos provecharon esta visita para denunciar al papa ante Teodorico: le acusaron de no celebrar la Pascua en la fecha debida, de malversar las cuentas de la Iglesia y de cometer adulterio y pecados contra la castidad 29. De las tres acusaciones solo nos interesa la segunda y la tercera. Debido a las graves acusaciones contra el papa, el rey envió a un obispo a Roma para celebrar la Pascua y administrar la sede de Roma hasta que se tomase una resolución a las acusaciones contra Simmaco 30. También convocó un sínodo de obispos, conocido como el Sínodo Palmario, con el fin de revisar las imputaciones contra el sumo pontífice. Las sesiones se abrieron en el año 501. Entre las acusaciones a las que tuvo que enfrentarse se encontraba la de cometer adulterio y pecados contra la castidad. Sus delatores alegaban que Simmaco solía dormir en su misma cama con niñas impúberes y con esclavas a las que gustaba atar. En una de sus comparecencias ante el sínodo de obispos, el papa Simmaco se dirigía con un grupo de seguidores a responder a las acusaciones cuando en el trayecto fue atacado, al parecer, por seguidores del antipapa Lorenzo. Dos de los ayudantes papales fueron apuñalados hasta la muerte, pero Simmaco consiguió refugiarse en un edificio cercano. A aquel hecho siguieron días de disturbios en todo Roma, en la que los manifestantes entraron en los conventos, sacaron a las monjas al exterior y tras atarlas en las plazas públicas, fueron desnudadas y azotadas 31. El rey Teodorico ordenó el fin de los altercados e instaló en el palacio Lateranense al antipapa Lorenzo, mientras que el papa Simmaco fue confinado en San Pedro, acusado de haber provocado los disturbios con su actitud irresponsable. Teodorico mandó a Pedro de Altinum que revisase las normas de la Iglesia que impedían juzgar a un papa, pero Simmaco en su encierro ordenaba falsificar documentos que apoyasen su debate y posición con respecto a que ningún mortal podía juzgar a un pontífice. Finalmente, varios senadores convencieron a Teodorico para que perdonase al papa Simmaco, y así se puso fin al cisma presente hasta ese momento en la Iglesia. El rey se retractó, obligó a Lorenzo a volver a su antiguo destino, y repuso todas las propiedades de la Iglesia al papa, incautadas hasta ese momento. Simmaco regresó al trono de Pedro, aunque nunca fue aceptado por gran parte del clero, que lo seguiría viendo como un corrupto y un adúltero. El 23 de octubre de 502 se estableció de forma taxativa que ningún tribunal humano podría nunca juzgar a un vicario de Cristo, una vez consagrado como tal. Solo Dios podía juzgarle. Lo más curioso de todo es que el papa Simmaco, tras su muerte, sería canonizado.
A Simmaco le sucedería Hormisdas, nacido en la ciudad italiana de Frosinone y perteneciente a una rica y noble familia. Antes de ser ordenado sacerdote, había estado casado con una joven romana con la que tuvo un hijo. Este hijo, llamado Silverio, se convertiría en papa en el año 536 32. Hormisdas fue un fiel defensor de la cohabitación con esclavas y de permitir que sus obispos mantuviesen a sus esposas, siempre y cuando las tratasen como hermanas al más puro estilo de León I. También consiguió que el rey Teodorico reconociese en un documento el que aseguraba que en la sede apostólica —Roma—, se encontraba la plena y verdadera religión. En la elección de los siguientes pontífices, las mujeres iban a tener una posición dominante con respecto a este tema. Sin duda, la historia del papado iba a entrar en la era de la oscuridad.
Fuente: Los papas y el sexo. Primer capitulo / EricFrattini.com
Autor: Eric Frattini, (Lima, 1963) ensayista, novelista, conferenciante, profesor universitario, profesor en academias policiales, corresponsal en Oriente Medio, analista político y guionista de televisión residió durante varios años en Tahití (Polinesia), Asunción (Paraguay), Beirut (Libano), Nicosia (Chipre) y Jerusalén (Israel).
Ha dirigido diversos documentales para Televisión Española, Tele 5 y Antena 3 TV. Colabora asiduamente en programas de radio y televisión como "Cuarto Milenio" dirigido por Iker Jiménez en Cuatro TV o "Espacio en Blanco" dirigido por Miguel Blanco en Radio Nacional de España.
Frattini es autor de una veintena de libros, que han sido traducidos a diferentes idiomas entre los que se encuentra Osama bin Laden, la espada de Alá (2001); Mafia S.A. 100 años de Cosa Nostra (2002); Irak, el Estado incierto (2003); Secretos Vaticanos (2003); La Santa Alianza, cinco siglos de espionaje vaticano (2004); ONU, historia de la corrupción (2005); Mossad, la Ira de Israel (2006); o La Conjura, Matar a Lorenzo de Medici (2006).
Su obra ha sido publicada en diferentes países como Portugal, Italia, Francia, Rumania, Bulgaria, Polonia, Rusia, Brasil, Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda, Canadá o Australia. Gran amante de los viajes, cruzó el Océano Pacífico en una balsa de totora; atravesó Australia ó la isla de Borneo en un Land Rover o el África Subsahariana a bordo de un camión. Actualmente vive en Madrid, dedicado a escribir. En 2007, publicó su primera novela titulada "El Quinto Mandamiento", una historia protagonizada también por el cardenal August Lienart y los asesinos del Círculo Octogonus, y que ha sido traducida a varios idiomas. En 2009, publicó con gran éxito su segunda novela, titulada 'El Laberinto de Agua' que será traducida a diversas lenguas.
Referencias: 1 Javier Paredes, Maximiliano Barrio, Domingo Ramos-Lissón y Luis Suárez,Diccionario de los Papas y Concilios, Ariel, Barcelona, 1998.
2 Véase el episodio de la suegra de Pedro relatado por Marcos 1, 30; Mateo 8, 14 y Lucas 4, 38.
3 Scott Walker, Footsteps of the Fisherman, Augsburg Fortress Publishers, Minneapolis, 2003.
4 A. Piñero-Gonzalo del Cerro, Hechos apócrifos de los apóstoles. Hechos de Pedro, vol. I, págs. 540-543, BAC, 646, Madrid, 2004.
5 Umberto Fasola, Pedro y Pablo en Roma, Visión Editrice, Roma, 1980.
6 Renè Chandelle, Traidores a Cristo. La historia maldita de los papas, Ediciones Robinbook, Barcelona, 2006.
7 Burgo Partridge, Historia de las orgías, Ediciones B, Barcelona, 2005.
8 Otto Kiefer, Sexual Life in Ancient Rome, Routledge & Kegan Paul, Nueva York, 1934.
9 Nigel Cawthorne, Sex Lives of the Popes, Carlton Publishing Group, Londres, 1997.
10 Renè Chandelle, ob. cit.
11 Carolyn Osiek y Margaret MacDonald, A Woman’s Place: House Churches In Earliest Christianity, Augsburg Fortress Publishers, Minneapolis, Minesota, 2005.
12 Marjorie Lightman y Benjamin Lightman, Biographical dictionary of ancient Greek and Roman women: notable women from Sappho to Helena, Facts On File, Nueva York, 2000.
13 Richard P. McBrien, Lives of the Pope, HarperCollins Publishers, San Francisco, 2004.
14 Antipope Hippolytus, The Extant Works and Fragments of Hippolytus, Kessinger Publishing, Whitefish, Montana, 2004.
15 Claudio Rendina, The Popes. Histories and Secrets, Seven Lock Press, Santa Ana, California, 2002.
16 Nigel Cawthorne, ob. cit.
17 Claudio Rendina, ob. cit.
18 Nigel Cawthorne, ob. cit.
19 Angelo S. Rappoport, The Love Affairs of the Vatican, Barter’s Books, Adelphi, Wisconsin, 1912.
Qué cosas más viles y crueles pueden hacer los hombres por el amor de Dios. W. Somerset Maugham
Para la Iglesia católica, los papas son los sucesores de aquel a quien, como los evangelios, el propio Jesús consideró como el primero de sus apóstoles. Según el evangelio de Mateo, sería el mismísimo Jesús quien le dice a Pedro: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos» (16, 18-19). De esta sencilla forma, Pedro sería elegido como el primer guía de la Iglesia, como la piedra sobre la que Jesús edifica su Iglesia y, por tanto, en una especie de primer papa de la historia 1. Clasificar a Pedro como primer papa en sentido estricto podría ser un error histórico, ya que la posición de este junto a Jesús estaría a un nivel distinto de una posición ministerial. Para los estudiosos, sería san Lino, el primer sumo pontífice romano.
Los evangelios de Marcos, Mateo y Lucas coinciden en mencionar que Simón Pedro estaba casado cuando conoció a Jesús 2. Algunos escritos de la antigüedad coinciden también en que Pedro habitaba en Galilea con su esposa y su suegra. No es desacertado si afirmamos que fue el primer papa que llegó a practicar el sexo, al menos con su esposa. En los evangelios de Lucas y Mateo, Pedro afirma: «Hemos dejado todo —nuestros hogares incluso— para seguirte» (Mateo 19, 27 y Marcos 10, 28), a lo que Jesús responde:
Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.
Está claro, pues, que Pedro dijo abandonar su casa, pero no a su esposa 3. Es posible, incluso, que Pedro fuese también acompañado de sus hijos y que, tal vez, con alguno de ellos llegase a Roma. El cuerpo de santa Petronila, sepultado en Roma, es venerado como el de la hija de san Pedro. La primera noticia que se tiene de este hecho aparece en el Papiro copto de Berlín 8502,4 que forma parte, según el parecer de todos los expertos, de los antiguos Hechos de Pedro, apócrifos, compuestos antes del año 197 4. Más tarde, la leyenda llamará a esta hija Petronila (Hechos de Nereo y Aquiles 15). Todavía hoy se conserva en Monza un papiro de finales del siglo VI, escrito por un tal Juan, quien se llevó como reliquia un poco de aceite que alimentaba las lámparas ante el sepulcro de «santa Petronila, hija del apóstol san Pedro». Sobre el sarcófago aparecía esculpida esta inscripción: AVREAE PETRONILLAE FILIAE DVLCISSIMAE. Nadie dudaba que tal epígrafe era de puño y letra del apóstol, escrito como recuerdo a su queridísima hija 5.
Según la lista oficial de papas, el sucesor de Pedro sería Lino. Originario de Toscana, las fuentes más antiguas conocidas como Ireneo de Lyon o Eusebio de Cesarea, coinciden en afirmar que fue el propio apóstol Pedro quien nombró a Lino como su sucesor al obispado de Roma. Según parece, estaba casado y tenía dos hijas. A él se debe la disposición que obligaba a las mujeres a usar el velo durante las ceremonias litúrgicas. Poco más se sabe de este papa.
El siguiente en la lista sería Anacleto. Su nombre era Anenkletos, cuyo significado en griego era ‘irreprochable’. Algunos autores han llegado a pensar que realmente fueran dos personajes, Cleto y Anacleto. Este último nombre era muy corriente entre los esclavos. Cuando fue nombrado sucesor de Lino, se provocó entre los cristianos una gran polémica debido a que estaba casado 6. Algunas fuentes apuntan a que el papa Anacleto había criticado abiertamente los excesos del emperador —Domiciano organizaba batallas navales en las que los marineros eran jóvenes desnudos— y que estos comentarios habían llegado a sus oídos. También prohibió a las prostitutas el uso de literas, e instituyó la pena de muerte para las vestales que fueran descubiertas en cualquier tipo de relación sexual. Pero al contrario de estas medidas, el emperador era un absoluto libertino, amante de las fiestas sexuales a las que él mismo definía como luchas de cama 7. Le gustaba depilar a sus concubinas y pasaba largas horas en su cama dedicado a este menester. El escritor Dion Casio narra una anécdota interesante sobre este emperador:
Domiciano tenía un gran salón todo pintado de negro [...] por las noches los criados hacían pasar a los invitados a esta sala. Junto a cada uno de ellos se levantaba una lápida con el nombre del invitado.
Entonces hacían su entrada hermosos jóvenes y hermosas doncellas desnudos con el cuerpo también pintado de negro. A continuación traían la comida y la bebida para celebrar el llamado banquete de los muertos, todo ello servido en una vajilla negra. Los invitados temían ser ejecutados en cualquier momento. El salón permanecía en completo silencio y oscuridad y la única voz que se oía era la de Domiciano, que iba relatando como iba a matarlos a todos. Finalmente, los dejaba marchar. Una vez en sus casas el emperador enviaba uno de los bailarines con la lápida, que era de plata maciza como presente al aterrorizado invitado. El bailarín o bailarina, formaban parte también del obsequio 8.
Al parecer el papa Anacleto moriría mártir durante el reinado de Domiciano.
Clemente, cuarto obispo de Roma, se dice que fue en realidad el primer papa tras san Pedro, pero las fuentes no se ponen de acuerdo con respecto a este punto. Durante esta época, era bastante habitual que muchos jóvenes cristianos llegasen a castrarse para mantener el celibato y con el fin de no caer en la tentación. El propio emperador prohibió esta práctica, que se extendió hasta el emperador Adriano, quien llegó incluso a decretar la condena a muerte a todos aquellos que llevasen a cabo esta práctica. Tras su muerte, la figura de Clemente gozó de cierta fama, atribuyéndole algunas obras apócrifas y la primera colección de leyes canónicas.
Del siguiente papa del que se tienen noticias, que pudo estar casado, es de Higinio. Griego ateniense, había viajado a Roma junto a su familia, esposa y dos hijos para ejercer de profesor de filosofía de los hijos de las nobles familias. Poco más se sabe de él, salvo que fue elegido papa y gobernó hasta el año 142.
Los siguientes sumos pontífices se preocuparon más de afirmar y extender la nueva fe, que de la salud sexual de sus fieles y del clero.
Sobre el papa Sotero existen dos versiones muy distintas. La primera que era un pontífice enemigo del sexo, y la segunda, que era muy aficionado a las concubinas. Guiándonos por la primera versión, Sotero lanzó un documento papal contra Dionisio, el poderoso obispo de Corintio, acusándole de tener una actitud demasiado relajada en lo que al sexo se refiere. A sus oídos habían llegado noticias de orgías y bacanales organizadas por el propio obispo, donde tomaban parte jóvenes de ambos sexos ante la atenta y lujuriosa mirada de Dionisio y su círculo. Se hablaba de ceremonias en las que una joven virgen era entregada a diversos jóvenes en un dormitorio circular, con una gran cama y rodeada por una grada desde la que los altos cargos religiosos observaban la escena 9. Sobre la segunda versión —la afición del papa por las concubinas— se afirma que cuando fue elegido, se negó a repudiar a Priscilla y Maximilla, dos bellas jóvenes romanas que convivían con él y a las que Sotero otorgó el título de discípulas 10.
El papa Víctor I era también un fiel seguidor de las aficiones y tendencias de Dionisio y Sotero. Víctor fue realmente el primer pontífice en mantener estrechos vínculos con la casa imperial, durante el reinado del corrupto emperador Commodo. La relación entre Víctor y Commodo se realizaba a través de Marcia, la amante del emperador. Se cuenta que Marcia había sido abandonada en las calles de Roma nada más nacer, pero un cristiano llamado Jacinto la recogió y la crió en la fe del cristianismo. Lo que no se sabía era que el tal Jacinto tenía como negocio el recoger a niñas de las calles, las educaba y después las vendía a los prostíbulos de la ciudad. Cuando Marcia tenía doce años, fue vendida por una buena cantidad de dinero a un noble romano 11. Este formaba parte de una conspiración para acabar con la vida del emperador, un regicidio organizado por Lucila, la hermana de Commodo.
Cuando la conspiración salió a la luz, el emperador ordenó ejecutar a todos los miembros de la familia del noble, así como a sus esclavos, pero debido a la belleza de Marcia, la dejaron con vida y la enviaron al harén imperial. Durante los años siguientes, Marcia fue escalando posiciones dentro de las favoritas hasta llegar a presidir las orgías de palacio. Se dice que era incluso peor que Popea, la esposa de Nerón, o Mesalina, la esposa de Claudio. A la favorita del emperador le gustaba vestir con túnicas transparentes que dejaban ver sus formas, y con frecuencia mantenía encuentros con el papa Víctor, algo que llevó a los cronistas de la época a pensar en una relación sexual entre ambos personajes. Gracias a esta supuesta relación, el sumo pontífice consiguió entregar a la favorita de Commodo una larga lista con nombres de cristianos que habían sido condenados a trabajos forzados en las minas de Cerdeña. Marcia convenció al emperador para que estos fueran puestos en libertad y retornados a Roma. Durante los años siguientes, la joven continuó con su vida disoluta al lado de Commodo, hasta que el 31 de diciembre de 192 decidió envenenarle la comida. El emperador consiguió vomitar todo el veneno, por lo que Marcia decidió estrangularlo con la ayuda de un gladiador llamado Narcissus, con el que también compartía juegos de cama. Ella misma sería asesinada un año después por orden del entonces emperador, Didius Julianus 12.
Uno de los prisioneros que estaba condenado en Cerdeña, pero que el papa Víctor no quiso incluir en la lista, era un tal Callistus, el mismo que sería nombrado sumo pontífice bajo el nombre de Calixto I, en el año 217. Calixto tuvo que enfrentarse durante su pontificado con el antipapa Hipólito. Este había llegado desde Oriente. Había sido nombrado presbítero por el papa Víctor I. Discípulo de san Ireneo, se negaba a rendir su mente y conocimientos a otros religiosos mediocres como Ceferino, Calixto, Urbano o Ponciano. Una de las mayores críticas de Hipólito a Calixto I era la de haberse vuelto demasiado permisivo en lo que a sexo se refiere durante el reinado de Heliogábalo. Sin embargo, el papa Calixto era un hombre muy hábil para atraer al cristianismo a nuevos seguidores. Indultaba a religiosos acusados de delitos, ordenaba sacerdotes a hombres que habían estado casados, incluso en varias ocasiones; permitía que los religiosos pudieran contraer matrimonio y permitió, incluso, que algunos altos cargos de la curia permaneciesen en sus puestos tras comprobarse que durante la celebración de liturgias habían practicado sexo con algunas de las fieles Cuando el adulterio se castigaba en Roma con la muerte, él se dedicaba a extender documentos de perdón absolviendo a aquellos culpables de adulterio y fornicación a cambio de una severa penitencia 13.
La actitud permisiva de Calixto llevó a algunos miembros de la Iglesia a nombrar un papa mucho más severo. El escogido fue, por supuesto, Hipólito. Nada más ser elegido papa —antipapa— comenzó una larga campaña de acoso contra Calixto acusándolo de ser demasiado abierto con las mujeres.
Hipólito escribía:
Permite [Calixto I] que si las mujeres son solteras, pero arden en pasión en una edad que a todas luces no era apropiada, o si no estaban dispuestas a renunciar a su virtud mediante un matrimonio legal, pudieran ir a la cama con cualquier persona que ellas eligieran, fuera esclavo o libre, y aunque no estuvieran casadas legalmente, pudieran considerar a esa persona como esposo 14.
El papa Calixto también permitía a las mujeres libres casarse con esclavos, algo prohibido en la ley romana. Esta medida atrajo al cristianismo a muchas mujeres con alto rango en el Senado. Justo tras el asesinato del emperador Heliogábalo, el populacho se volvió contra la comunidad cristiana y contra el papa Calixto, a quien acusaba de haber sido un aliado silencioso del corrupto emperador. Calixto apresado junto con dos sacerdotes, serían ejecutados, arrojados por una ventana, apaleados y posteriormente, arrastrados. El cuerpo del papa Calixto sería apedreado antes de ser abandonado en las calles.
A Calixto I le sucedería Urbano I, que sería también asesinado el 19 de marzo del año 230. Su cuerpo abandonado, fue recogido por la madre del emperador y enterrado en el cementerio de San Calixto. Finalmente, Hipólito dejó de molestar a los sucesivos pontífices debido a que el emperador Maximino el Tracio, cansado de las disputas, decidió enviarlo a Cerdeña, donde murió.
Allí acabó también el papa Ponciano por orden del mismo emperador, tras someter a toda su administración a una purga de cristianos. La mayor parte de ellos serían ejecutados. Ponciano fallecería víctima de los castigos infligidos en el año 237.
En el año 236, Fabián asumiría la silla de Pedro como nuevo papa, bajo el reinado de Filipo el Árabe, considerado el primer emperador cristiano. Durante la mayor parte del pontificado de Fabián, la comunidad cristiana vivió en relativa calma, hasta que el papa comenzó a criticar abiertamente la falta de caridad de la comunidad cristiana, la soberbia y afán de riquezas del emperador y la licenciosa vida sexual de la comunidad. Mientras Fabián prohibía el matrimonio de cristianos con paganos, acusándolos de prostituir sus cuerpos cristianos, el emperador Filipo permitía tales actos, lo que le llevó a un enfrentamiento abierto con el pontífice.
La llegada al poder del emperador Decius trajo consigo nuevas persecuciones. Para el nuevo dirigente, los cristianos eran una secta peligrosa con la que había que acabar. Mediante un edicto imperial decretó la tortura, la confiscación de bienes, penas severas de prisión y, en algunos casos, la muerte 15. A los nobles y ricos de Roma que hasta ese momento eran cristianos, se les permitió rechazar la religión públicamente para salvarse de la quema y la persecución. Fabián fue condenado a muerte y ejecutado el 20 de enero de 250. Su severidad con respecto al sexo había provocado un grave daño en las relaciones Iglesia-Estado.
La cristiandad avanzaba a grandes pasos por toda Italia. Diocleciano se casó con una cristiana y protegió a la comunidad durante dieciocho años, hasta que Galerio, uno de sus consejeros, lo convenció de que el cristianismo era una secta peligrosa de fanáticos y que podrían poner en peligro la estabilidad del Imperio 16.
Sobre Silvestre se crearían durante la Edad Media diferentes leyendas, que en su mayor parte no han podido ser comprobadas. La más importante es la que relata el bautismo y la curación de la lepra al emperador Constantino por parte de este papa. Lo cierto es que fue un obispo cercano al arrianismo, y que negaba la divinidad de Jesucristo, quien llevó a cabo el bautismo. Silvestre, a cambio de perdonar los excesos sexuales del emperador, consiguió bastantes logros y propiedades para la Iglesia. A cambio del silencio papal, Constantino entregó a Silvestre oro, plata, joyas y propiedades, como el palacio de la familia Laterani, adonde se trasladaría la burocracia papal. Este papa intentó poner freno a los sacerdotes concubinarios prohibiéndoles, mediante un decreto, el segundo matrimonio a los religiosos. Pero para salvar el alma, los sacerdotes que estaban ya casados en segundas nupcias o cohabitando con una concubina, podían alcanzar el perdón a cambio de un escudo de oro que debían entregar al mismísimo papa. Silvestre decidió tomar también medidas contra las desviaciones sexuales. Por ejemplo, condenó la zoofilia en el Concilio de Ankara (314), algo que no era pecado hasta entonces y que era muy practicado en los lejanos rincones del Imperio.
Constantino abandonó Roma y trasladó su capital y su administración a Bizancio, que sería rebautizada con el nombre de Constantinopla. Aquello supuso un duro golpe para el poder de la Iglesia de Roma ante otras sedes. Tras su muerte en el 337, el poder del Imperio comenzó a ser motivo de disputa. Todos los parientes varones de Constantino fueron asesinados, menos tres de sus hijos. Luego, el menor mató al mayor, y cuando este también fue asesinado, Constante II, el segundo hijo, ocupó el trono. Durante esa época, las mujeres de familias nobles comenzaron a tener un poder sin igual en el Imperio, algo que disgustaba seriamente al papa Liberio. A pesar de ello, el emperador desterró al papa a Tracia (Bulgaria) y la silla de Pedro fue ocupada por el antipapa Félix II. Cuando el emperador visitó Roma en el mes de abril del 357, las nobles mujeres pidieron que Liberio regresase a Roma. De esta manera, y gracias a las mujeres, a las que criticaba por su creciente poder en la ciudad, pudo regresar de su exilio. Hasta la muerte de Félix en el 365, gobernó la Iglesia junto al papa Liberio.
Cuando el papa falleció el 24 de septiembre de 366, Ursino, un diácono muy próximo al pontífice fallecido fue elegido nuevo dirigente de la Iglesia, pero Dámaso, romano e hijo de un sacerdote español, no estaba muy de acuerdo con esa elección 17. Contrató un pequeño ejército de matones entre los bajos fondos de Roma, y los lanzó contra los seguidores de Ursino. Las revueltas y disturbios se extendieron por toda la ciudad entre los partidarios de Ursino y los de Dámaso, con decenas de muertos en ambos lados. Durante tres días, el Tíber dejaba a su paso por los puentes cadáveres flotando, víctimas de la disputa.
El 1 de octubre de 366, los asesinos de Dámaso consiguieron hacerse con el control de San Juan de Letrán y de Santa María la Mayor, y así expulsaron de Roma a Ursino y a sus seguidores. Los partidarios de Dámaso acabaron con la vida de ciento treinta y siete fieles a Ursino. El derramamiento de sangre finalizó cuando el prefecto Praetextus tomó, con la ayuda de tropas, cartas en el asunto y expulsó de la ciudad a los seguidores de Ursino que aún controlaban algunas de las iglesias. De esta forma acababa la lucha y Dámaso pudo ser coronado nuevo sucesor de san Pedro. Antes tuvo que renunciar a su esposa y a los tres hijos que tuvo con esta. El nuevo pontífice afirmaba que un obispo o sacerdote debía mostrar que anteponía su paternidad espiritual a su paternidad carnal.
Desde el mismo momento en el que Dámaso fue coronado, este hombre brillante, culto, autor de célebres epitafios, aristócrata y acostumbrado al trato con la gentes tendría un gran éxito entre lo que se podría llamar la alta sociedad romana. Consciente de ello, se valía audazmente de su simpatía para obtener, de sus admiradores, sustanciosos donativos y de sus admiradoras, noches de pasión y entrega carnal. El historiador de la época, Ammiano Marcelino, no se sorprendía al observar las violentas y sangrientas reacciones de los hombres con tal de hacerse con el poder papal. Escribía entonces:
No es extraño que para obtener un premio tan importante como es el obispado de Roma, los hombres compitan con tanto ímpetu y obstinación. Recibir los espléndidos donativos de las principales mujeres de la ciudad; viajar en carrozas majestuosas y vestido espléndidamente; sentarse ante una mesa más abundante y lujosa que una mesa imperial: estas son las recompensas de una ambición triunfante.
Dámaso organizaba grandes banquetes para agasajar a sus poderosos invitados e incluso se dejaba querer por la esposa de algún noble, cuyo marido deseaba ascender en el círculo eclesiástico. Un cronista de la época escribía:
Después de la actuación de bellas bailarinas, traían un gran cerdo en una bandeja de plata con relleno exquisito. Tordos, patos, currucas asadas, y huevos, ostras y veneras bañadas en puré de guisantes.
Estaba ya claro que en esa época, el papado era un gran poder y el papa, su mejor representante. El entonces secretario papal, san Jerónimo de Estridón, un verdadero creyente y asceta, recomendaba a las nobles mujeres de Roma y en particular a sus jóvenes hijas, el mantenerse alejadas de la Roma papal. San Jerónimo criticaba abiertamente al papa Dámaso por rodearse de una corte de jóvenes sacerdotes imberbes, que llegaban a controlar el clero y a monjas, vírgenes profesionales, viudas y mujeres cristianas de haberse pervertido al poder del papa 18. Muchos sacerdotes cercanos al sumo pontífice, aceptaban el no casarse sin rechistar, pero en sus casas, se rodeaban de bellas esclavas y pasaban la mayor parte de su vida eclesiástica rodeados de mujeres. En una carta escrita a una mujer llamada Eustochium, Jerónimo le aconseja que se alejase de los seguidores del papa Dámaso si quería seguir manteniendo su pureza de espíritu. También acusa a las viudas cristianas de depender demasiado del alcohol y de las plantas alucinógenas, así como de participar en fiestas del amor, en el interior de las iglesias y templos cristianos. Durante los dieciocho años que gobernó la Iglesia, Dámaso permitió a los jóvenes convertirse en sacerdotes. De esta forma se les dejó el acceso libre a conventos y a las residencias, en las que se protegiese a alguna joven virginal. Jerónimo advertía de estos, escribiendo:
Llevan [los jóvenes religiosos] cabello rizado, anillos en los dedos, túnicas perfumadas y pasan la mayor parte de su tiempo visitando a viudas y jóvenes solteras. Deberían considerar a estos, como esposos o amantes y no como sacerdotes al servicio de Dios y la Iglesia.
Como clara recomendación a las mujeres para mantener intacta su virginidad y castidad, san Jerónimo decía:
Nunca se quede sola, una dama romana, con un sacerdote. Si llega esta situación debería decir que necesita salir para orinar o evacuar. [...] Nunca entres a sus casas ni permanezcas sola en su compañía. [...] Esquiva a los monjes que caminan descalzos y a las monjas que usan ropa desaliñada. Ayunan durante el día, pero durante la noche se atiborran hasta el vómito 19.
Lo más curioso del caso es que el papa Dámaso estaba públicamente de acuerdo con lo expresado por su secretario, pero en la oscuridad de sus estancias el mensaje quedaba silenciado por los quejidos de sus amantes. Los seguidores de Ursino seguían intentando manchar el nombre del papa. Para ello, en el año 378 utilizaron a un judío converso llamado Isaac, quien atestiguó que Dámaso antes de ser elegido papa, había sido visto cometiendo actos sexuales con su hija de catorce años. Otro llegó a denunciar en público al pontífice acusándolo de haber cometido actos de bestialismo con una cabra y de haber cometido adulterio. Un sínodo de cuarenta y cuatro obispos se dispusieron a juzgar a Dámaso por adulterio. Los obispos no tenían la menor duda de la culpabilidad del papa y estuvieron a punto de condenarlo y deponerlo, hasta que el emperador decidió intervenir. El papa Dámaso no solo fue exonerado por el emperador y perdonado por los obispos, sino que incluso llegó a ser canonizado, en parte por el hecho de haber convertido al cristianismo al emperador Teodosio I, quien adoptó esta religión como la oficial del Imperio. Antes de morir, en el 384, Dámaso tuvo tiempo de redactar un tratado sobre la virginidad. Estaba claro que la Iglesia en el camino de la santidad, podía pasar por alto el adulterio, incluso si este era llevado a cabo con una menor, si se conseguía convertir a un pagano y mucho más, si este pagano era todo un emperador.
Su sucesor fue Siricio. Nacido en Roma, el nuevo papa había estado al servicio de Liberio y Dámaso, y a ambos criticaba abiertamente por su liberalismo en cuestiones de sexo. La primera medida que adoptó fue obligar a los sacerdotes a abandonar las nobles camas de Roma, y se indignó cuando supo que los religiosos españoles continuaban gozando de sus esposas legalmente. En esta época y hasta el siglo III, solo se exigía castidad a los monjes, pero no a los sacerdotes, quienes podían estar casados legalmente 20. Una carta de Himerio, obispo de Tarragona, puso en alerta al papa tras informarle de que una gran parte del clero español continuaba viviendo con sus esposas o amantes y que estaban manchados por el sexo. «Aquellos que permanecen en la carne no pueden ser aceptables ante Dios», llegó a decir el sumo pontífice. Sin embargo, los españoles preferían continuar con su vida marital enfrentándose a la ira de Dios y a la de Siricio. Roma les dio una opción: «Si abandonaban a sus esposas y pedían clemencia, serían perdonados, pero nunca promocionados». Ni así consiguió el papa llevar por el buen camino a los religiosos españoles. Para ascender en el escalafón eclesiástico, por ejemplo, de sacerdote a obispo, se exigía el celibato 21. Siricio era un gran rigorista en cuanto al celibato, aunque defendía que el matrimonio era bueno, porque ello proporcionaba vírgenes para la Iglesia y los conventos.
Además de san Jerónimo, otro defensor de la moralidad sexual de la época sería san Agustín. Fue en realidad este santo quien dio comienzo las largas polémicas de la Iglesia contra los anticonceptivos, a los que él denominaba como venenos de esterilidad. Durante los oficios dominicales, san Agustín no se cansaba de repetir a las nobles que quien usase estas sustancias del diablo, se convertía en una ramera de sus maridos 22. Este buen santo, amigo de la moralidad, sabía de todo esto por experiencia propia, ya que cuando era joven había visitado a prostitutas; con dieciocho era ya padre de un hijo y durante once años convivió con una mujer sin estar casado y tuvo una amante mientras esperaba que la elegida para ser su esposa tuviera edad suficiente para contraer matrimonio. El propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de juventud en sus Confesiones. En ella escribe: «Yo estaba enamorado del amor. Como el agua, yo hervía, enardecido por mis fornicaciones». Está claro que cuando a la edad de treinta años, se convierte al cristianismo, san Agustín mantiene un gran sentido de culpabilidad hasta el final de sus días, debido a la huella dejada por el sexo durante su alocada juventud. En su Soliloquios, escribe: «Nada es más poderoso para bajar el espíritu del hombre, que las caricias de una mujer, y las relaciones sexuales que forman parte del matrimonio». Pero en esta misma obra, el antiguo pecador, y ahora santo, hace una feroz crítica a la homosexualidad cuando dice:
Creo que has atinado en la explicación que yo quería. Y esta es la razón por la que se consideran abominables y execrables e incapaces de testar los hombres que se visten de mujeres, a quienes no sé si llamarlos falsas mujeres o más bien hombres falsos. Pero podemos llamarlos verdaderos histriones y verdaderos infames, o si son ocultos —pues todo lo infame se relaciona con la fama—, justamente los llamaremos verdaderos viciosos.
En la misma obra, y casi como sentencia firme contra el matrimonio, san Agustín alega:
Por muy bien que me la pintes, enjoyándola de mil prendas, nada tan lejos de mi propósito como la vida conyugal, pues siento que nada derriba la fortaleza viril tanto como los halagos femeninos y aquel contacto corporal sin el que no se puede tener esposa. Y si al oficio del sabio incumbe la formación de los hijos —cosa que no he averiguado todavía—, y con este fin solamente busca el blando yugo, eso me parece cosa de admirar, pero no de imitar. Hay más peligro en intentarlo que dicha en lograrlo. Por lo cual, mirando por la libertad de mi espíritu, justa y útilmente me he impuesto no desear, no buscar, no tomar mujer 23.
El santo terminó sus días sin dejar siquiera quedarse a solas con su hermana para que no les invadiese la lujuria.
El siguiente papa sería Anastasio, que tuvo un hijo con una noble romana y que con los años llegaría a ocupar como su padre, la silla de Pedro. Este sería Inocencio I. Anastasio había nacido en Roma dentro de una familia acomodada. Durante sus años como joven sacerdote conoció a la hija de un rico comerciante de Cartago con la que mantuvo relaciones y con la que tuvo un hijo, al que pusieron de nombre Inocencio. En el breve período de tiempo en el que Anastasio fue papa, continuó viviendo con el mismo lujo con el que lo había hecho desde joven, y algunas fuentes señalan que incluso rodeado de esclavas. Durante los dos años de pontificado de su padre, el hijo de Anastasio no solo fue colmado de honores eclesiásticos, sino que también fue preparado a conciencia para convertirse en su sucesor, como así ocurriría en el año 401. Los historiadores coinciden en afirmar que Inocencio I fue realmente el primer pontífice que estableció la supremacía absoluta de Roma ante las otras Iglesias. Esto ha hecho también el que Inocencio I sea declarado como el primer papa de la historia.
El acontecimiento más trágico que Inocencio tuvo que vivir durante su pontificado sería el asalto y saqueo de Roma por parte de las hordas visigodas al mando de Alarico, en el 410. Los bárbaros no solo entraron a sangre y fuego en la ciudad, sino que a su paso destruyeron gran parte de las iglesias de Roma y se dedicaron durante días al pillaje y a la violación de mujeres cristianas y monjas. Muchas de ellas fueron trasladadas a burdeles para saciar a las tropas bárbaras. Mientras todo esto sucedía, el buen papa, protector de los cristianos, decidió buscar refugio en Rávena junto a la corrupta corte del emperador Honorio. Allí, Honorio e Inocencio, se dedicaron a
pasar sus días de asueto acompañados de jovencitas hasta que el orden fuese restaurado en Roma 24. Inocencio I fallecería el 12 de marzo de 417, siendo canonizado años después al igual que su padre, Anastasio.
Con Sixto III llegaría el escándalo. Romano de nacimiento, pertenecía también a una noble familia. Aficionado a las mujeres jóvenes, Sixto III sería acusado de haber violado a una religiosa durante una visita de este a un cercano convento de Roma. Al parecer, el papa se encontraba orando en una pequeña capilla, cuando pidió asistencia de dos novicias para la misa. Mientras se preparaba, agarró por la fuerza a una de ellas y la violó. La segunda pudo escapar y denunciar el abuso. Un grupo de obispos decidió organizar una especie de tribunal con el fin de deponer al corrupto papa, pero Sixto se defendió ante sus acusadores utilizando el relato bíblico de la mujer que fue sorprendida en adulterio. Esto podría interpretarse como una clara confesión, pero los altos miembros eclesiásticos que estaban allí reunidos para condenar al violador papa no se atrevieron a arrojar la primera piedra y así se cerró el incómodo asunto. Sixto III sería canonizado después de su muerte.
La llegada al trono de Pedro de León I tampoco trajo consigo la decencia a la Iglesia. El nuevo papa se convirtió en un verdadero experto en la utilización del sexo como medio de alcanzar sus intereses. Fue testigo de muchas de las orgías del emperador Valentiniano III, muy aficionado a las bacanales, a las que gustaba invitar a altos miembros de la Iglesia. Incluso el papa León fue testigo de muchas de ellas, y, aunque miraba, procuraba no caer en la tentación. Una de las más fieles aliadas del papa León I en la corte imperial era Galla Placidia, madre del emperador y antigua amante del papa Bonifacio I. Esta incitaba a Valentiniano a los excesos, mientras se dedicaba, con la ayuda de León I, a manejar los resortes del poder. Así se cuenta la historia y, como una pieza de dominó, la caída del Imperio romano comenzaría con un simple coito y posterior embarazo no deseado. Galla Placidia, en su afán por agradar a León I, le donó nada más y nada menos que la virginidad de su hija de catorce años. La sorpresa fue mayor cuando se descubrió que esta estaba embarazada, así que con el apoyo del papa, la adolescente fue enviada a un convento de por vida. La joven pudo enviar un mensaje a Atila, rey de los hunos, prometiéndole la mitad de Italia como dote, si tenía a bien lanzar sus hordas sobre Roma y rescatarla del convento. Atila aceptó la propuesta, pero cuando llegó a las puertas de Roma, sus tropas estaban exhaustas y enfermas debido a las múltiples batallas que habían llevado a cabo hasta su llegada a Roma. El papa León decidió salir al encuentro de Atila. La entrevista entre el sucesor de Pedro y el azote de Dios venido de la estepa tuvo lugar en Mantua el 6 de julio. No se sabe lo que hablaron entre ellos, pero lo cierto es que Atila decidió retirarse a Panonia, donde encontraría la muerte ese mismo invierno 25. El papa fue considerado entonces el gran salvador de Roma, siendo recibido por el emperador como un auténtico héroe. Sobre la muerte de Valentiniano III en el 455 existen diferentes versiones. Una de ellas es que el asesinato del emperador fue orquestado por su propia esposa, Licinia Eudoxia, y el papa León I.
Lo cierto es que el nuevo emperador Petronio Máximo intentó forzar a Licinia a contraer matrimonio con él para fortalecer su dignidad imperial, pero en lugar de ello, pidió ayuda a Genserico, rey de los vándalos, que acababa de conquistar Sicilia 26. El pueblo de Roma pidió a León I que persuadiese a Genserico para que no arrasase la ciudad. Lo único que consiguió el papa fue convencer al rey vándalo el que prohibiese la violación de mujeres durante el saqueo de la ciudad. Finalmente, Licinia Eudoxia y su hija, Placidia fueron enviadas a África en un navío vándalo. Allí permanecieron cautivas hasta que fueron puestas en libertad siete años después. León I, al que después se definió como Magno, era un hombre polémico. Era muy estricto y radical con respecto a la virginidad de la mujer. Por ejemplo, obligaba a la mujer, mediante decreto, a mantener intacta su virginidad durante sesenta años para poder tomar los hábitos y convertirse en monja, mientras que por el otro, permitió a los obispos más cercanos a él, conservar a sus esposas con la condición de que las tratasen como hermanas. Difícil trato si se acostaban con ellas. A este papa se le podría también acusar de practicar el voyeurismo. Cuando ordenó perseguir el maniqueísmo, una secta pagana, pidió a sus seguidores que le permitiesen observar las torturas a las que eran sometidos los herejes. El tema era que solo asistía cuando el hereje en cuestión era alguna joven de cuerpo esbelto. Al buen papa León le gustaba exigir a las desdichadas, mientras él mismo las fustigaba en las nalgas, que reconociesen el consumo de semen en sus ritos. Su explicación cuando fue acusado de sadismo, sería que «el papa es el único que tiene el derecho a matar herejes» 27. Este pontífice acabaría canonizado por sus buenas obras y por torturar herejes.
En el año 483, llegaría al papado Félix II. Noble romano, era hijo de un sacerdote y, al igual que su padre, era bastante enemigo del celibato. Cuando fue elegido, Félix II era viudo y tenía dos hijos de aquel matrimonio. Con este papa, amante de las bacanales y de las jóvenes esclavas, sucedería uno de los primeros cismas 28.
Hijo de cura como muchos de los anteriores pontífices, Anastasio II fue el primero en ir solo al baño. El escritor Rafaele Volaterrano lo describe así: «[...] vaciaba sus propias entrañas en el inodoro». En aquella época, los sumos pontífices se habían vuelto tan exquisitos e imperiales, que acudían a hacer sus necesidades acompañados por el llamado caballero de baño, cuya labor era ayudarles a evacuar, limpiar la parte trasera papal y deshacerse de los santos y sagrados desechos.
Durante su pontificado, de tan solo dos años, varios presbíteros suspendieron la comunión con su obispo, alegando que este representaba a un papa —Anastasio II— que había perdido la fe. Antes de que todo estallase en Roma, Anastasio II murió repentinamente. Algunas fuentes aseguran que de un infarto; otras, que murió tras darse un gran banquete, y una tercera, que murió el 19 de noviembre de 498, cuando se encontraba en plena faena con una esclava en el palacio Lateranense. Fuera como fuera la forma de morir, ya sea realidad o ficción, el gran Dante Alighieri colocó a Anastasio II en el Infierno (XI, 6-9) de su Divina comedia, junto a los herejes.
Tres días después de su muerte ya había un nuevo sucesor de Pedro en el trono. Simmaco, corso de nacimiento, era pagano, aun que después se convirtió al cristianismo. Accedió al trono gracias a que el rey Teodorico, quien poseía la autoridad, tomó partido por él. En el año 500, Teodorico visitó Roma y fue recibido con gran pompa por el papa Simmaco. Los nobles romanos provecharon esta visita para denunciar al papa ante Teodorico: le acusaron de no celebrar la Pascua en la fecha debida, de malversar las cuentas de la Iglesia y de cometer adulterio y pecados contra la castidad 29. De las tres acusaciones solo nos interesa la segunda y la tercera. Debido a las graves acusaciones contra el papa, el rey envió a un obispo a Roma para celebrar la Pascua y administrar la sede de Roma hasta que se tomase una resolución a las acusaciones contra Simmaco 30. También convocó un sínodo de obispos, conocido como el Sínodo Palmario, con el fin de revisar las imputaciones contra el sumo pontífice. Las sesiones se abrieron en el año 501. Entre las acusaciones a las que tuvo que enfrentarse se encontraba la de cometer adulterio y pecados contra la castidad. Sus delatores alegaban que Simmaco solía dormir en su misma cama con niñas impúberes y con esclavas a las que gustaba atar. En una de sus comparecencias ante el sínodo de obispos, el papa Simmaco se dirigía con un grupo de seguidores a responder a las acusaciones cuando en el trayecto fue atacado, al parecer, por seguidores del antipapa Lorenzo. Dos de los ayudantes papales fueron apuñalados hasta la muerte, pero Simmaco consiguió refugiarse en un edificio cercano. A aquel hecho siguieron días de disturbios en todo Roma, en la que los manifestantes entraron en los conventos, sacaron a las monjas al exterior y tras atarlas en las plazas públicas, fueron desnudadas y azotadas 31. El rey Teodorico ordenó el fin de los altercados e instaló en el palacio Lateranense al antipapa Lorenzo, mientras que el papa Simmaco fue confinado en San Pedro, acusado de haber provocado los disturbios con su actitud irresponsable. Teodorico mandó a Pedro de Altinum que revisase las normas de la Iglesia que impedían juzgar a un papa, pero Simmaco en su encierro ordenaba falsificar documentos que apoyasen su debate y posición con respecto a que ningún mortal podía juzgar a un pontífice. Finalmente, varios senadores convencieron a Teodorico para que perdonase al papa Simmaco, y así se puso fin al cisma presente hasta ese momento en la Iglesia. El rey se retractó, obligó a Lorenzo a volver a su antiguo destino, y repuso todas las propiedades de la Iglesia al papa, incautadas hasta ese momento. Simmaco regresó al trono de Pedro, aunque nunca fue aceptado por gran parte del clero, que lo seguiría viendo como un corrupto y un adúltero. El 23 de octubre de 502 se estableció de forma taxativa que ningún tribunal humano podría nunca juzgar a un vicario de Cristo, una vez consagrado como tal. Solo Dios podía juzgarle. Lo más curioso de todo es que el papa Simmaco, tras su muerte, sería canonizado.
A Simmaco le sucedería Hormisdas, nacido en la ciudad italiana de Frosinone y perteneciente a una rica y noble familia. Antes de ser ordenado sacerdote, había estado casado con una joven romana con la que tuvo un hijo. Este hijo, llamado Silverio, se convertiría en papa en el año 536 32. Hormisdas fue un fiel defensor de la cohabitación con esclavas y de permitir que sus obispos mantuviesen a sus esposas, siempre y cuando las tratasen como hermanas al más puro estilo de León I. También consiguió que el rey Teodorico reconociese en un documento el que aseguraba que en la sede apostólica —Roma—, se encontraba la plena y verdadera religión. En la elección de los siguientes pontífices, las mujeres iban a tener una posición dominante con respecto a este tema. Sin duda, la historia del papado iba a entrar en la era de la oscuridad.
Fuente: Los papas y el sexo. Primer capitulo / EricFrattini.com
Autor: Eric Frattini, (Lima, 1963) ensayista, novelista, conferenciante, profesor universitario, profesor en academias policiales, corresponsal en Oriente Medio, analista político y guionista de televisión residió durante varios años en Tahití (Polinesia), Asunción (Paraguay), Beirut (Libano), Nicosia (Chipre) y Jerusalén (Israel).
Ha dirigido diversos documentales para Televisión Española, Tele 5 y Antena 3 TV. Colabora asiduamente en programas de radio y televisión como "Cuarto Milenio" dirigido por Iker Jiménez en Cuatro TV o "Espacio en Blanco" dirigido por Miguel Blanco en Radio Nacional de España.
Frattini es autor de una veintena de libros, que han sido traducidos a diferentes idiomas entre los que se encuentra Osama bin Laden, la espada de Alá (2001); Mafia S.A. 100 años de Cosa Nostra (2002); Irak, el Estado incierto (2003); Secretos Vaticanos (2003); La Santa Alianza, cinco siglos de espionaje vaticano (2004); ONU, historia de la corrupción (2005); Mossad, la Ira de Israel (2006); o La Conjura, Matar a Lorenzo de Medici (2006).
Su obra ha sido publicada en diferentes países como Portugal, Italia, Francia, Rumania, Bulgaria, Polonia, Rusia, Brasil, Estados Unidos, Gran Bretaña, Irlanda, Canadá o Australia. Gran amante de los viajes, cruzó el Océano Pacífico en una balsa de totora; atravesó Australia ó la isla de Borneo en un Land Rover o el África Subsahariana a bordo de un camión. Actualmente vive en Madrid, dedicado a escribir. En 2007, publicó su primera novela titulada "El Quinto Mandamiento", una historia protagonizada también por el cardenal August Lienart y los asesinos del Círculo Octogonus, y que ha sido traducida a varios idiomas. En 2009, publicó con gran éxito su segunda novela, titulada 'El Laberinto de Agua' que será traducida a diversas lenguas.
Referencias: 1 Javier Paredes, Maximiliano Barrio, Domingo Ramos-Lissón y Luis Suárez,Diccionario de los Papas y Concilios, Ariel, Barcelona, 1998.
2 Véase el episodio de la suegra de Pedro relatado por Marcos 1, 30; Mateo 8, 14 y Lucas 4, 38.
3 Scott Walker, Footsteps of the Fisherman, Augsburg Fortress Publishers, Minneapolis, 2003.
4 A. Piñero-Gonzalo del Cerro, Hechos apócrifos de los apóstoles. Hechos de Pedro, vol. I, págs. 540-543, BAC, 646, Madrid, 2004.
5 Umberto Fasola, Pedro y Pablo en Roma, Visión Editrice, Roma, 1980.
6 Renè Chandelle, Traidores a Cristo. La historia maldita de los papas, Ediciones Robinbook, Barcelona, 2006.
7 Burgo Partridge, Historia de las orgías, Ediciones B, Barcelona, 2005.
8 Otto Kiefer, Sexual Life in Ancient Rome, Routledge & Kegan Paul, Nueva York, 1934.
9 Nigel Cawthorne, Sex Lives of the Popes, Carlton Publishing Group, Londres, 1997.
10 Renè Chandelle, ob. cit.
11 Carolyn Osiek y Margaret MacDonald, A Woman’s Place: House Churches In Earliest Christianity, Augsburg Fortress Publishers, Minneapolis, Minesota, 2005.
12 Marjorie Lightman y Benjamin Lightman, Biographical dictionary of ancient Greek and Roman women: notable women from Sappho to Helena, Facts On File, Nueva York, 2000.
13 Richard P. McBrien, Lives of the Pope, HarperCollins Publishers, San Francisco, 2004.
14 Antipope Hippolytus, The Extant Works and Fragments of Hippolytus, Kessinger Publishing, Whitefish, Montana, 2004.
15 Claudio Rendina, The Popes. Histories and Secrets, Seven Lock Press, Santa Ana, California, 2002.
16 Nigel Cawthorne, ob. cit.
17 Claudio Rendina, ob. cit.
18 Nigel Cawthorne, ob. cit.
19 Angelo S. Rappoport, The Love Affairs of the Vatican, Barter’s Books, Adelphi, Wisconsin, 1912.
20 La prohibición de casarse —el celibato obligatorio para los sacerdotes— se extendió al clero no monacal a partir del siglo XI.
21 James A. Brundage, Law, Sex, and Christian Society in Medieval Europe, University of Chicago Press, Chicago, 1990.
22 César Vaca, La sexualidad en san Agustín. Augustines magister (3 vols.), Etudes Augustiniennes, París, 1955.
23 San Agustín (trad. Victorino Capanaga), Soliloquios, Obras de San Agustín, BAC, Madrid, 1979.
24 Nigel Cawthorne, ob. cit.
25 John Man, Attila The Hun: A Barbarian King and the Fall of Rome, Bantam Press, Nueva York, 2006.
26 Darío Varela, Genserico, rey de los vándalos, Códigos, Valencia, 2007.
27 Nigel Cawthorne, ob. cit.
28 Javier Paredes, Maximiliano Barrio, Domingo Ramos-Lissón y Luis Suárez, ob. cit
29 Javier Paredes, Maximiliano Barrio, Domingo Ramos-Lissón y Luis Suárez, ob. cit.
30 Richard P. McBrien, ob. cit.
31 Nigel Cawthorne, ob. cit.
32 Antoni Montpalau, Compendio cronológico-histórico de los soberanos de Europa, Real Compañía de Impresores y Libreros, Madrid, 1792.
21 James A. Brundage, Law, Sex, and Christian Society in Medieval Europe, University of Chicago Press, Chicago, 1990.
22 César Vaca, La sexualidad en san Agustín. Augustines magister (3 vols.), Etudes Augustiniennes, París, 1955.
23 San Agustín (trad. Victorino Capanaga), Soliloquios, Obras de San Agustín, BAC, Madrid, 1979.
24 Nigel Cawthorne, ob. cit.
25 John Man, Attila The Hun: A Barbarian King and the Fall of Rome, Bantam Press, Nueva York, 2006.
26 Darío Varela, Genserico, rey de los vándalos, Códigos, Valencia, 2007.
27 Nigel Cawthorne, ob. cit.
28 Javier Paredes, Maximiliano Barrio, Domingo Ramos-Lissón y Luis Suárez, ob. cit
29 Javier Paredes, Maximiliano Barrio, Domingo Ramos-Lissón y Luis Suárez, ob. cit.
30 Richard P. McBrien, ob. cit.
31 Nigel Cawthorne, ob. cit.
32 Antoni Montpalau, Compendio cronológico-histórico de los soberanos de Europa, Real Compañía de Impresores y Libreros, Madrid, 1792.
Si este es primer capitulo... ya me imagino como sera todo el libro. Muy bueno!!!!!
ResponderEliminarFrattini es muy bueno escribiendo estas cosas... muy buen trabajo de Ojo Adventista al conseguir cosas tan buenas como estas.
ResponderEliminarinponiedo y esenñanza de hombres, que los papas lean la biblia y dejen aun lado la basura doctrinal ,de los padres de la iglesia.guardida de toda ave inmunda y aborrecible,cometen los pacados sexuales mas horribles
ResponderEliminarMe gustaría que se aclarará en este sitio sobre las presuntas relaciones de la IASD con la ICAR acerca del pacto de no agresión.
ResponderEliminarY de la respuesta del pastor Folquember cuando le preguntaron si la iglesia adventista era ecumenista, habló acerca de quemar la "evidencia!