miércoles, 22 de julio de 2009

500 años después, el legado de Calvino sigue vigente

Juan Calvino, el gran reformista, empleó métodos dictatoriales para hacer de Ginebra una "Roma protestante", pero al mismo tiempo plantó las semillas de la democracia moderna.
Impuso una rígida moral y enfatizó la importancia de ayudar a otros, al tiempo que ayudó a desarrollar el capitalismo. Apoyó la destrucción de estatuas y otras imágenes religiosas, pero describió las artes como un regalo de Dios.

Esa es la evaluación que están haciendo teólogos e historiadores en un sinnúmero de disertaciones, estudios y biografías al cumplirse 500 años del nacimiento de Calvino, el 10 de julio de 1509. El quinto centenario está siendo recordado en todo el mundo en actos organizados por la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, con sede en Ginebra.

Si bien sigue siendo una figura polémica, las enseñanzas de Calvino conservan su influencia. Los actos recordatorios incluyen desde congresos y exhibiciones hasta conciertos y obras teatrales. Su retrato aparece en una estampilla especial suiza y en una cantidad de souvenirs.

"Juan Calvino Superstar, Ginebra festeja a su santo", dijo el diario suizo Neue Zuercher Zeitung en el titular de un reportaje dedicado a la "Calvinomanía".

Las festividades contrastan con la vida modesta que tuvo Calvino.

Hijo de una familia de clase media católica romana del pueblo francés de Noyon, al norte de París, Calvino se recibió de abogado, pero simpatizó con la tesis antipapal de Martín Lutero que comenzó a cobrar fuerza en Francia.

Renegó de su pasado católico y su gran talento para la retórica hizo que ganase prominencia como maestro evangélico. La agitación religiosa de esos años lo obligó a exiliarse en Basilea, Suiza.

Tenía 26 años cuando comenzó a escribir la "Institución de la Religión Cristiana", el primer compendio de doctrinas reformistas, mucho más profundas que la tesis de Lutero de 1517. Fue invitado por los protestantes de Ginebra, pero debió irse al poco tiempo porque las autoridades consideraron que sus ideas eran demasiado radicales.

Regresó en 1541 luego de que le dieron garantías de que lo ayudarían a completar una Reforma basada en sus enseñanzas. Presentó una constitución revolucionaria para la iglesia sustentada en el principio democrático de la división de poderes. Pero se reservó el derecho a tomar las decisiones finales.

Calvino tomó como referencia una cantidad de normas morales austeras, incluidas la prohibición de insultar, apostar y fornicar. Tampoco se toleraba el baile, ni siquiera en una boda. Se castigaba la ausencia a un servicio religioso sin justificación. También había duros castigos para el adulterio y la homosexualidad, que podían llegar a la muerte.

Pasaron más de diez años hasta que el movimiento reformista consolidó su posición frente al malestar de la gente con muchas de sus prédicas. Calvino tuvo que lidiar además con los conflictos sociales entre los ginebrinos y miles de refugiados, sobre todo franceses, que llegaban a la ciudad.

Karl Barth, uno de los teólogos reformistas más influyentes del siglo XX, dijo que el control que ejercía Calvino sobre Ginebra equivalía a una tiranía. "A ninguno de nosotros le hubiese gustado vivir allí", manifestó.

Pero John Knox, escocés admirador de Calvino, dijo que Ginebra en esos días fue "la ciudad más divina desde el día de los apóstoles". Knox predicó ante una gran cantidad de exiliados ingleses antes de que se le permitió regresar a su patria y fundar la Iglesia Presbiteriana de Escocia.

Según el historiador holandés Herman J. Selderhuis, la imagen predominante de Calvino es negativa, al menos en Europa Occidental, en buena medida por la ejecución de Michael Servetus, un teólogo español cuyas ideas Calvino tildó de herejías.

Cuando buscó refugio en Ginebra, Servetus fue arrestado y quemado en una hoguera. Selderhuis dice que Calvino "actuó en contra de sus propias convicciones, de la idea de que no se puede imponer una opinión por la fuerza a nadie".

Ginebra ya era un centro comercial importante en Europa y la llegada de refugiados adinerados y de artesanos dio nuevo impulso a la economía, en la que florecían los bancos y la fabricación de relojes.

Para Calvino, el trabajo fuerte y la diligencia a lo largo de la semana laboral de seis días equivalía a la devoción en una misa y justificaba la acumulación de riqueza. Al mismo tiempo, favoreció la solidaridad social con los pobres, los refugiados y demás, y una rígida moral en los asuntos económicos.

Calvino se opuso tajantemente a la usura. Sin embargo, apoyó el aumento de los intereses en ciertas operaciones comerciales, aunque no en los préstamos a los pobres. Esa actitud fue vista como un primer paso hacia una economía moderna y una forma responsable de capitalismo.

La prohibición de arte religioso en las iglesias reformistas tuvo un impacto positivo, especialmente entre los pintores holandeses y flamencos, que se concentraron en paisajes, naturaleza muerta y retratos, y encontraron un enorme mercado para sus obras.

A fines del siglo XVIII iglesias descendientes del calvinismo comenzaron a ganar fuerza en partes de Estados Unidos. El movimiento se expandió en otros países, pero la iglesia reformada sufrió grandes divisiones. La Alianza Mundial de Iglesias Reformadas dice que hay unos 75 millones de cristianos reformistas en más de 100 países. En Ginebra, no obstante, los reformistas son hoy una pequeña minoría.

De todos modos, el impacto del calvinismo es evidente en la ciudad. La Cruz Roja Internacional, con sede en esta ciudad, fue creada por un devoto calvinista, Henry Dunant. Y la Liga de las Naciones, precursora de las Naciones Unidas, fue instalada en Ginebra porque el presidente estadounidense Woodrow Wilson, un presbiteriano, la prefería a Bruselas, una ciudad católica.

Antes de morir en 1564, Calvino había dispuesto que su cadáver fuese enterrado en un cementerio común de Ginebra, sin una lápida. Fue el fin de una vida modesta, de un hombre que alguna vez escribió que tildar su teología como "calvinismo" era un "insulto".

Fuente: MSNlatino.com / Associated Press
Autor: Hanns Neuerbourg

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